martes, 5 de junio de 2012

De neo-tecnócratas (2)

No llegué a pensar que los de la Tercera Vía, o los socialdemócratas neoliberales y de derechas, como prefieran llamarlos, iban a levantar cabeza tan pronto, después de haber conducido a la ruina a sus propias formaciones y tras haber contribuido a generar esta crisis económica que todos padecemos. Sin embargo, cuentan con el soporte mediático y financiero necesario para difundir un mensaje que debiera estar ya falto de credibilidad. Como no parece el caso, demos un vistazo crítico a algunos de los últimos hitos de esta corriente economicista y tecnocrática.

Salida del euro y gobierno de concentración nacional

El pasado viernes, tres renombrados economistas publicaban un valioso artículo en El País en el que venían a sostener dos cosas: (1) que la salida del euro nos conduce inmediatamente al desastre y (2) que es deseable formar un Gobierno de concentración nacional compuesto por tecnócratas. 

(1) El artículo encerraba el valor de poner sobre el tapete, aunque fuese para despreciarla, una alternativa, la de salir del euro, que apenas se baraja en los foros de discusión pública. Si lo hacían es porque saben que es una posibilidad contemplada por el Gobierno, como dejaron ver la semana pasada Montoro y De Guindos al insinuar la pertinencia de una quita o al caracterizar nuestra coyuntura presente por estar jugándose "el futuro del euro". Además, también es apreciable que sus autores se tomaran el esfuerzo de recrear el escenario económico tras la salida de la moneda única, algo que la mayoría de sus defensores se ahorran, solicitando del interlocutor un acto de adhesión a la moneda europea basado exclusivamente en la fe (y la resignación).     

Quien suscribe piensa que la opción de permanecer o salir del euro solo cabe despejarla en función de las circunstancias. Si quedarnos en él significa estar económicamente intervenidos y ejecutar reformas que nos condenan a un mayor empobrecimiento, entonces la salida comienza a hacerse inevitablemente atractiva. Y es aquí donde viene la debilidad en la argumentación de los tres economistas: para ellos, en efecto, salir del euro supondría quiebras, bancarrota, depreciación monetaria, devaluación generalizada del poder adquisitivo y, en definitiva, una catastrófica involución económica. Puede que tal escenario sea veraz, pero descuida algunos factores positivos: p. ej., el encarecimiento súbito de las importaciones intensificaría forzosamente la producción nacional, y la depreciación monetaria, sumada a la devaluación general, espolearía también las exportaciones. Con todo, lo decisivo es que, según afirman los propios autores, España "rebotaría tarde o temprano", de manera que, lo inicialmente descrito como catástrofe, al final podría hasta resultar beneficioso. 

¿Dónde se localizarían entonces los problemas? En el terreno de la política, pues volver a tener soberanía monetaria implicaría el auge de los "caciques locales", la consolidación de una casta privilegiada, ligada al poder, "nacida del chanchullo, la chapuza y el compadreo". Tal pronóstico adolece de una debilidad notoria, por estar basado en una transposición histórica ilegítima. El problema no es tanto que esa clase privilegiada, nacida de la autoridad de los políticos sobre la economía y basada en la corrupción, pueda contemplarse ya, en plena vigencia del euro, sino que su existencia debiera ser un lastre removible en un régimen democrático. Así, toda la suposición de nuestros economistas se basa en que la salida del euro sería, literalmente, un regreso a la España franquista, por lo que continuar en la moneda reportaría un beneficio fundamentalmente político, el de "preservar el mínimo control de los desmanes de nuestros dirigentes". A no ser que a tal convencimiento subyazca un prejuicio racista y neocolonial, a tenor del cual los españoles no sabemos vivir en democracia salvo que estemos tutelados por el extranjero civilizado, sus pretensiones carecen de sentido, pues ese control sobre los gobernantes podría verificarse perfectamente en una España democrática que hubiese vuelto a la peseta. 

(2) Probablemente ese mismo postulado cultural simplista, que distingue a civilizados de bárbaros y a gente preparada de gente por instruir, sea el que esté operativo en el segundo apartado de nuestro artículo: la reivindicación de un gobierno de concentración formado por tecnócratas. Tres problemas como poco se pueden señalar a este respecto, (a) uno de procedimiento y legitimidad, (b) otro de concepto y (c) otro de medios:

(a) Los economistas, poco dados a estudiar derecho, suelen contar con una inclinación inequívocamente autoritaria. Las elecciones y los procedimientos democráticos, que comunican legitimidad a las decisiones políticas, suelen ser para ellos incómodos escollos a solventar cuanto antes. Ya lo decíamos con respecto a un post de Senserrich, donde este autor de politikon apremiaba a los gobernantes a que diesen la espalda a sus ignaros votantes para aplicar las reformas necesarias. Por estos fueros andan también los economistas que nos ocupan, cuando reclaman un "nuevo gobierno, con apoyo de todos los partidos mayoritarios, compuesto por políticos competentes y técnicos intachables". Y a qué viene esta repentina urgencia, a pocos meses de haberse celebrado unas elecciones, se preguntará el lector. De nuevo, a la necesidad de una "confianza" que sin duda generaría en los inversores un "gobierno coherente y serio". 

Pues bien, resulta que en democracia un cambio de gobierno requiere unas determinadas condiciones por las que estos autores no pasan ni de puntillas. Tiempo habrá, en el siguiente post, de discutir este extremo con Senserrich. Baste ahora indicar que el propósito perseguido, el de generar confianza en los mercados, oculta una falacia: la de que tales "mercados e inversores", si con ellos nos referimos a nuestros compradores de deuda, resulta que no son otros que la propia banca española, tenedora de más de dos tercios de toda nuestra deuda pública... Y cumple también indicar que dicho gobierno de concentración abrirá por fuerza un horizonte autoritario, pues se traducirá necesariamente en la exclusión de todas las fuerzas minoritarias, que en conjunto conforman una considerable mayoría, a las que solo se reservará la reforma del código penal para cuando protesten contra las reformas y medidas que nuestros economistas proponen.

(b) Pero es que, además, la naturaleza tecnocrática de un gobierno no garantiza el acierto de sus decisiones. Los técnicos se equivocan con frecuencia, y ese grado de equivocación se torna estructural si nos referimos a los economistas. Como bien recuerda Rafael Escudero, Rodrigo Rato pasaba hasta hace tan solo unas semanas como un técnico excelente. Su historial es buena muestra de su incompetencia. Y esta crisis económica no ha hecho sino aumentar los ejemplos de supuestos técnicos realmente incompetentes.

El problema, sin embargo, es de orden conceptual, y procede de una confusión típica en el personal académico y en el profesorado universitario. La actividad política requiere unas cualidades prácticas, desde la capacidad de tomar decisiones hasta la facultad de coordinar y dirigir grupos humanos, que no tienen por qué aparecer en la figura del experto. El técnico es imprescindible para desplegar la acción política, pues es quien señala al político los medios a tomar para la consecución de los fines que se propone, pero el político resulta insustituible por el técnico. En definitiva, la esfera de la política, en la que han de adoptarse las decisiones sobre los fines a lograr, es irreductible a la esfera de la técnica, y por eso, más que garantía de acierto, un gobierno de tecnócratas nos condenaría al error y, paradójicamente, a proyectar más desconfianza.

(c) Otra cuestión es que los técnicos formulen con total legitimidad y con indiscutible competencia cuáles han de ser los caminos a tomar para salir de la crisis. En Fedea, la Fundación a la que pertenecen los autores de nuestro artículo, parecen tener claro cuáles han de ser tales medidas: reforma laboral que se traduzca en gratuidad del despido, incidir solo en impuestos indirectos en detrimento de la progresividad fiscal, reducir la contribución empresarial a la seguridad social, aumentar la edad de jubilación y reducir el coste de las pensiones, etc. 

Pues bien, para adoptar tales medidas resulta indiferente hacerse de una legión de expertos o dejar que la Comisión Europea nos intervenga. El requisito propuesto, el Gobierno de concentración nacional, es perfectamente independiente de las medidas a adoptar, que bien pueden ser tomadas por este gobierno. ¿Y por qué no las adoptan de una vez, si tan sencillas y salutíferas resultan? Pues porque hasta en el PP saben que su aplicación se traduciría rápidamente en un empobrecimiento masivo, en un crecimiento considerable de las desigualdades económicas y en una situación que haría para muchos deseable salir del euro y refugiarse en la seguridad de la soberanía monetaria.

Continuará...    
     

lunes, 7 de mayo de 2012

De neo-tecnócratas

En 1933, el ingeniero Howard Scott publicó su Introduction to Technocracy, la biblia de un movimiento fundamentalista de la Norteamérica de entreguerras que decía tener, frente a fascistas y comunistas, la solución a la crisis económica de 1929. Muy básicamente, sus argumentos se apoyaban en la creencia en que todos los hechos colectivos de contenido económico, y susceptibles de ser objeto de decisión política, eran reducibles a categorías físico-matemáticas mensurables, concretamente a las unidades de energía consumidas en el proceso de producción y distribución de mercancías. De este modo, el objeto de la política, en lugar de la polémica entre pareceres ideológicos distintos, pasaba a ser la planificación científicamente racional y objetiva de esa energía social con el fin de recobrar la armonía económica perdida. 


Como es bien sabido, la salida a aquella crisis se debió, además de a una guerra, a las medidas político-económicas adoptadas por Franklin Delano Roosevelt que tenían como finalidad constituir un New Deal. El movimiento tecnocrático se limitó a ser una mera anécdota, descalificada por el utopismo de sus planteamientos y por el espurio interés corporativo que encerraba, al limitarse en lo fundamental a defender la presencia de ingenieros, físicos y demás técnicos en los círculos políticos decisorios. 


En su rápido declive jugó también un papel importante su superficialidad filosófica, puesta de relieve por sus críticos, que venían a recordarle que la adopción de cualquier medio técnico implicaba previamente una decisión política, justamente la que elige cuál es el fin a perseguir. 


Pues bien, parece que para consumo del público español y para cubrir las necesidades teóricas y explicativas provocadas por la crisis, volvemos a contar con un incipiente movimiento tecnocrático, alojado en la plataforma denominada politikon y compuesto por diversos politólogos, técnicos y lobistas de notable formación académica y de creencias neoliberales o socioliberales. (Ya aquí se observa la primera aporía del movimiento, autodesignado con una divisa que remite al 'animal político' de Aristóteles, pero que persigue la despolitización de la política).


Algunas de las debilidades y el claro trasfondo político de este movimiento presuntamente aséptico se pueden apreciar en la última entrada de Roger Senserrich sobre las elecciones francesas y griegas de ayer. 


El primer signo de ligereza intelectual en estos autores que pretendidamente conocen las reglas objetivas de nuestra dinámica político-económica es de carácter formal. Una exigencia irrenunciable en la discusión política es el uso correcto de la gramática, algo que no parece caracterizar el post que nos ocupa y que esperemos sepa cuidar el autor en sus próximas colaboraciones al medio dirigido por Ignacio Escolar, El Diario.es (véanse algunos ejemplos: "el país heleno ahora mismo no tiene una mayoría sostenible, no ya de cumplir los acuerdos con Europa, sino de sobrevivir más de un par de meses"; "Salvar el euro va a exigir que los líderes de muchos país europeos..."; "A la práctica, Grecia ha volatilizado...")


Pero vayamos a lo sustantivo. Senserrich parte de un diagnóstico político equivocado por incompleto. Se limita a afirmar que las dos elecciones de ayer confirman la regla según la cual gobernar en crisis produce tal desgaste que conduce inexorablemente a la derrota electoral. Semejante argumento exonera de toda responsabilidad en la gestión de la crisis a los gobernantes derrotados, cuando en realidad su debacle electoral no se debe al hecho de gobernar en tiempos de crisis, sino a hacerlo de un modo, como el propio Senserrich admite después, que solo ha logrado agravarla. Y en tal sentido, las elecciones democráticas no hacen sino cumplir su función, que no es preservar ningún statu quo, sino exigir responsabilidades políticas a los dirigentes cuando éstos no han cumplido las expectativas en ellos depositadas, o cuando sencillamente han gobernado de forma descarada contrariando su programa o agrediendo al interés mayoritario de la nación. 


Lo que más teme Senserrich es que concluya triunfando la corriente, para él demagógica, que pide que "la democracia gane a los mercados". Su posición, diametralmente opuesta, es que los gobiernos atiendan exclusivamente a los dictados de la tecnocracia, haciendo "lo que deben hacer". No obstante, ni se explicitan tales dictados, ni se argumentan y fundamentan dichos supuestos deberes y, además, curiosamente, se olvida que, hasta ahora, lo que se ha venido haciendo al menos a escala europea, ha sido sugerido precisamente por economistas, burócratas y técnicos apoyados en un presunto discurso científico-objetivo incontestable. Y eso que se ha hecho, según reconoce el mismo autor, no ha tenido como resultado más que un fracaso estrepitoso. He aquí, pues, una prueba incontrovertible de cómo las disparidades y antagonismos se dan también en el campo de los técnicos y científicos.


En el post se hacen asimismo evidentes algunas de las debilidades de la retórica tecnocrática. Presuntamente objetiva, por científica y técnica, la posición de Senserrich no deja sin embargo de mostrar toda su carga política visceral, cuando descalifica como "chiflados" a todos los partidos opuestos a los designios de la Troika o cuando se refiere, sin más pormenor, a los "comunistas trasnochados" que han logrado cierto éxito en estas elecciones. 


Ridícula en estos tiempos de modernidad y pluralismo moral y político, a esta postura solo cabe tildarla de autoritaria y elitista. En el fondo, siente nostalgia de una religión, de un conjunto de valores que funde y delimite el campo legítimo de la acción política. Como ya es imposible esta base cultural, coloca en su lugar una fe religiosa en la ciencia y la técnica, al parecer solo defendible eficazmente por el statu quo bipartidista. Como suele pasar, quien tacha a los adversarios de "trasnochados" y de fundamentalistas, es el primero que muestra su desfase temporal con esta época pluralista y su integrismo alérgico a las discrepancias políticas, no de matiz, sino sustantivas. 


Autoritario y elitista es el programa subyacente a estos planteamientos porque viene a defender, como única salida viable de la crisis, que los gobernantes europeos "ignoren abiertamente las preferencias de sus votantes para montar un tinglado político-económico incomprensible para el común de los mortales", entre los que, obviamente, no se encuentra el propio Senserrich, conocedor de los arcanos del poder y la técnica.


Presuntuosa e insostenible, además de políticamente deleznable, me resulta esta perspectiva que trata con desprecio y altivez a la diferencia de criterio. Basta además con afinar un poco el comentario de texto para contemplar cómo uno de sus principales puntos de apoyo solo consiste en vagos prejuicios culturales y racistas. Senserrich viene así en sus líneas a reproducir el mantra del gobierno alemán según el cual esta crisis está causada, entre otros motivos, por una intolerable transferencia de renta desde los ahorradores civilizados del Norte a los derrochadores bárbaros del Sur. Y, claro, si desplegar políticas de crecimiento implica volver a activar esta transferencia de fondos, es coherente que su resultado vuelva a ser el desastre financiero.


Se ve que el autor no tiene por costumbre leer fundamentados análisis de política internacional. Prefiere basar su argumentación en sugerencias culturales de trazo grueso, según las cuales los holandeses y alemanes son tipos serios y civilizados, mientras que los griegos, portugueses, italianos y españoles (menos los autores de politikon, se entiende) somos por definición unos vagos y tramposos. De este modo, el tecnócrata, en lugar de hablarnos de cifras y datos, de descripciones asépticas de la realidad y sus tendencias, se nos despacha con tópicos comunes envueltos en un tono magisterial ("aviso, estoy siendo optimista", nos llega a advertir el chamán). 


En definitiva, nos encontramos con un discurso fraudulento, politizado y escasamente sostenido en datos técnicos y referencias objetivas. Por ejemplo, a Senserrich le basta con desacreditar a las formaciones de izquierda griegas como "comunistas trasnochados". ¿Dice alguna palabra sobre el programa y trayectoria del Partido Comunista, de Syriza y de Izquierda Democrática? Por supuesto que no. Ya le basta la descalificación basada en su prejuicio supremacista para formar su juicio. Un juicio que, por lo demás, es tan simplista que le pasa desapercibida la posición que en la esfera internacional ocupa China, un país donde la economía está controlada por el Estado. 


El discurso reflejado por el post de Senserrich, además, llega a ser atécnico en el sentido más profundo del término, el de no atenerse a las reglas de la lógica y coherencia argumentales. Así, aunque parece repudiar la reivindicación de más democracia que mercado, como si condenase fatalmente al fracaso económico, después resulta que admite que una salida del euro por parte de Grecia provocada por estos resultados electorales democráticos tendría, a medio plazo, efectos económicos positivos para los griegos. Con lo cual viene a demostrar todo el precioso tiempo que se ha perdido desde que, por imperativos de la tecnocracia, se impidió al pueblo griego decidir en referéndum si aceptaba, o no, las condiciones de otro plan de ajuste.


Coda. En una conversación con Senserrich por tuiter (donde figura con el muy descriptivo nombre de @Egócrata), el autor se me autodefinió "como socialdemócrata, de la línea dura en la redistribución de riqueza". Su ideario, vagamente liberal y escasamente fundado en datos y referencias objetivas, componen una buena muestra de lo que hoy puede pasar bajo el título de socialismo democrático.        


martes, 22 de noviembre de 2011

Mi valoración de las elecciones (II)

4) Otro de los resultados más significativos del día de ayer fue el batacazo de Equo, al que un servidor votó al Congreso por Sevilla. Sus apenas 250.000 votos, incluyendo con mucha generosidad los que pudieran proceder de su pertenencia en la Comunidad Valenciana a Compromis, no responden en absoluto a sus expectativas y debieran hacer recapacitar a sus líderes.

Por desgracia para la ciudadanía progresista, en Equo acaso haya primado cierta actitud desafiante con respecto a Izquierda Unida, muy visible en su deseo de medirse electoralmente con ella, como si la generosa cobertura y proyección mediática que ha obtenido fuese a traducirse, por necesidad, en un abultado resultado electoral.

Para una valoración realista de su fracaso debería tener presente tres factores fundamentales: (a) en España no existe la suficiente tradición ecologista como para fundar un partido exclusivamente verde; (b) el lugar para defender los valores y reivindicaciones ecologistas se encuentra entonces en una formación sensible a estos, pero de contenido y alcance mayores; (c) de hecho, en Equo deben tener presente que, en buena proporción, comparten base electoral y cuadros dirigentes con Izquierda Unida, y no son pocos los que han elegido la opción verde en vez de la roja porque esta última ha vuelto a elegir a tipos grises de aparato en lugar de a individuos meritorios.

El destino de Equo, a mi juicio, pasa por integrarse en la coalición de izquierdas o por convertirse en una fuerza testimonial sin presencia institucional alguna. La oportunidad de sumarse a IU antes de las elecciones, cuando los medios la presentaban como una agrupación prometedora, ha pasado ya, por desgracia. La culpa de ello ha recaído tanto en los líderes de IU, que invitaban expresamente a "unirse en torno a ella", demostrando así un ilícito afán de asimilación heterónoma, como en los líderes (o en el líder) de Equo, confiado incluso en rebasar en sufragios a la coalición izquierdista. Y los platos rotos los hemos pagado, como siempre, los ciudadanos progresistas, que si hubiésemos contado con una coalición conjunta de IU-Equo-Anticapitalistas habríamos superado los 2 millones de votos y los 30 escaños.

Sé que buenos colegas de Equo me dirán que esa incorporación a IU es imposible porque en ésta primar unas fórmulas organizativas autoritarias, verticales y demasiado rígidas. Así es. Pero precisamente la incorporación exigente de una formación más horizontal y libre puede que propicie una saludable transformación en IU, de modo que todos salgamos ganando. La batalla, en fin, acaso sea mejor librarla dentro, como corriente poderosa que deslastre a la coalición izquierdista de sus vicios sectarios y sus prácticas de aparato, que fuera, como agrupación testimonial sin relevancia pública.

5) Pese a la relevancia de todas las consideraciones anteriores, lo más destacable de los resultados electorales ha sido, sin duda alguna, el descalabro del PSOE. Como muchos han indicado ya con toda la razón, lo que aconteció el 20N no fue una victoria arrolladora del PP cuanto un fracaso estrepitoso de su principal adversario, el PSOE. Y reconozco que, mientras en las restantes formaciones más o menos acerté en mis pronósticos, no imaginaba que el partido socialista hubiese perdido tantos apoyos.

Ante la formación socialista se abre, sin embargo, un horizonte que puede ser prometedor. De los casi 4 millones y medio de votos que ha perdido, apenas dos han migrado a otras formaciones (UPyD, PP e IU, por ese orden). Y, dadas las circunstancias, el Partido Popular va a comenzar a desgastarse desde su mismo comienzo en el gobierno. Con estos elementos, puede que en el giro de menos de un año comience a rescatar las adhesiones perdidas.

Pero ello depende del diagnóstico que realicen de su derrota. El que, en connivencia con otros grupos derechistas y movido por intereses empresariales, comienza a difundir el grupo PRISA, esto es, que la culpa de la debacle recae por entero en la persona de Zapatero, es manifiestamente sesgado y erróneo. El candidato ha sido Rubalcaba y no él. Y a Rubalcaba, por más profesionalidad e inteligencia que infunda, y a muchos de sus líderes cercanos, de Blanco y Barreda a Pajín y Chaves, les han retirado masivamente la confianza sin necesidad de que concurriese Zapatero.

También constituye un error manifiesto, como sostiene hoy Hugo M. Abarca, achacárselo todo a la crisis económica, y no, en cambio, a la negación y gestión que de ella ha hecho el gobierno socialista, con su reparto inequitativo de las cargas y su sumisión lacaya a dictados mercantiles que se están demostrando contraproducentes desde un punto de vista económico.

La razón de este estrepitoso fracaso reside, a mi entender, en la desconexión casi absoluta entre la base social que apoya y puede apoyar al PSOE y su dirigencia. En realidad, dicha dirigencia, plenamente inserta en las tramas oligárquicas y con una visión netamente conservadora de la acción política, solo representa a una minoría ilustrada y acomodada, progresista de palabra, individualista y descomprometida en la acción y que suele hacerse una idea de la realidad a través del ventanuco limitativo y sesgado que ofrece la cadena Ser y el periódico El País, con sus opinantes centristas y adinerados.

Pero estos sujetos, que son fieles al PSOE más por su alergia a la ranciedad conservadora que por convicciones izquierdistas, apenas representan el 5-10% de la sociedad. Si, por el contrario, el PSOE aspira a recuperar el voto de capas populares, las verdaderamente castigadas por la crisis y por las medidas adoptadas por su gobierno recién fenecido, tiene que abrirse de par en par a las bases.

En estas todavía palpita un discurso claramente de izquierdas, orientado a la redistribución de la riqueza, a la persecución de la igualdad material y a la lucha contra los privilegios económicos infundados. Es este capítulo económico, de hecho, lo que distingue al socialismo democrático de un liberalismo progresista solo centrado en la ampliación indolora y gratuita de derechos civiles. Y es un capítulo, cuyas exigencias ha incumplido sistemáticamente este PSOE beneficiario de los defraudadores, de las rentas altas, de las SICAV y de los multimillonarios, hasta el punto de que tuvo que ser nada menos que Mariano Rajoy quien le recordase a Rubalcaba que con los siete años y pico de gobierno de su partido habían crecido considerablemente en España las desigualdades.

Ese es, pues, el reto que se abre ante el PSOE: acabar con la disociación esquizofrénica entre su retórica de izquierdas y sus prácticas económicas (que no morales) conservadoras. Para superarlo, como digo, tendrá que sufrir una catarsis que lamine a una dirigencia vendida al poder oligárquico. Pero vistas las primeras reacciones, donde se han evitado todo tipo de responsabilidades por el fracaso, dudo que sean capaces de lograrlo. De hecho, es posible que, tras hacer de tutor de Zapatero en los últimos meses de gobierno, Rubalcaba tenga como último servicio que cumplir evitar que se desmadre su partido con una revuelta de sus militantes y simpatizantes.

Concluirá

lunes, 21 de noviembre de 2011

Mi valoración de las elecciones (I)

Creo que en estas elecciones se ha consumado mi divorcio con la política oficial y partidista de este país. Hasta hace bien poco, había vivido las jornadas electorales como momentos decisivos. Me encontraba claramente involucrado con una de las formaciones en liza y me sentía, en pequeña medida, parte de la pacífica contienda electoral. Sin embargo, ahora, tanto mi desapego creciente a la partitocracia como la triste evidencia de que vivimos en una autocracia financiera, me han hecho contemplar los resultados de ayer con bastante distanciamiento. Las conclusiones que extraigo de ese análisis desapasionado, aunque fiel a mis convicciones, son las siguientes.

1) Creo que lo más digno de subrayar en la noche de ayer es la subida espectacular de UPyD, que practicamente cuadriplicó sus resultados de 2008 y se convirtió en la tercera fuerza en comunidades como la de Madrid y Murcia. Este incremento exponencial revela dos tendencias sociales muy evidentes: (a) el clamor de cierta ciudadanía sin ideología política marcada por una regeneración institucional, que ponga vedo a la corrupción endémica causada y amparada por el bipartidismo, y (b) el hartazgo existente del Ebro y el Duero hacia el Sur respecto de las reivindicaciones nacionalistas e independentistas vasca y catalana.

El reforzamiento electoral de la izquierda abertzale y el monopolio conservador de prácticamente todas las instituciones seguirán dando motivos para el crecimiento de UPyD. Y su deliberada indefinición ideológica no constituirá un demérito, sino que expresará su capacidad para continuar captando votos y adhesiones de una clase media ilustrada, refractaria al discurso nacionalista y desencantada respecto de la política oficial.

2) El segundo resultado más relevante de ayer fue, sin duda, la exitosa irrupción de Amaiur en el Congreso. Esta entrada triunfal demuestra que no había peor enemigo de la izquierda abertzale que la propia ETA. Hasta que no ha comenzado esta izquierda a superar el síndrome de Estocolmo que la subordinaba a la injustificable banda terrorista no ha empezado a granjearse un fuerte respaldo social.

Pero la subida no solo es un efecto del abandono de la violencia por parte de ETA. Que después de casi una década prohibiendo partidos, clausurando periódicos, cerrando revistas y disolviendo asociaciones el apoyo popular al independentismo vasco haya crecido considerablemente revela algo fundamental: lo eficaz que ha sido dicha política de excepción para derrumbar el terrorismo, pero lo estéril que ha resultado al mismo tiempo para cercenar las posiciones independentistas. De hecho, quizá nunca como ahora en Euskadi haya sumado el nacionalismo más del 50% de los votos totales. Con un gobierno del PP en Madrid, y si en él priman las tesis y tendencias de su ala dura, todo apunta a que este crecimiento del nacionalismo vasco, tanto del peneuvista como del de Batasuna, no se detendrá.

3) Otra subida considerable ha experimentado Izquierda Unida, que pasa de 970.000 a 1.680.000 votos. No obstante, en mi opinión, no es un resultado que deba conducir a una eufórica celebración, pues refleja un fracaso moderado más que un triunfo indiscutible. En realidad, la subida debería tomar como cifra de contraste los 1.280.000 votos de 2004, pues en las elecciones de 2008 hubo una ostensible migración de votos prestados desde IU al PSOE con el fin de "frenar a la derecha" (el famoso tsunami bipartidista de Llamazares)

Vistas así las cosas, la formación izquierdista apenas ha logrado aumentar su base social (400.000 votos), en un contexto marcado además por una sangría en el PSOE de casi 4.5 millones de votos y un aumento sensible de la abstención. El objetivo inicialmente marcado de recibir en masa a descontentos con el PSOE y movilizar al abstencionismo de la izquierda crítica no se ha cumplido ni de lejos, pese al incremento de los votos y los escaños.

Si en una coyuntura tan excepcional como la presente, en la que IU ha sido la única formación que ha mantenido un discurso nítidamente enfrentado a la ortodoxia neoliberal, apenas si ha podido aumentar la base social o capitalizar el descontento ciudadano, ¿cómo interpretar como victoria el resultado de ayer? ¿Cuál es el motivo de que no se vote masivamente a la agrupación de izquierdas dadas las presentes circunstancias?

En esta era digital, ya no sirve de mucho la táctica de tirar los balones fuera, acusando, por ejemplo, a los medios de despreciar el valor de IU. A mi juicio, el error se localiza en otro sitio: en la desconexión entre la coalición, aquejada de múltiples vicios procedentes del comunismo, y la sociedad. Si el 15m fue la demostración palmaria de que IU como conjunto --no considerada en algunas de sus principales cabezas-- no catalizaba el descontento social mayoritario, las elecciones vuelven a demostrar que no ha sido capaz de canalizar una coyuntura histórica muy favorable a sus posiciones.

El reto para continuar creciendo y convertirse en la fuerza que por su programa merece ser, quizá pase por dar la palabra y dejar todas las instancias en manos de hombres y mujeres brillantes, distinguidos por sus méritos, su trayectoria civil y profesional y su compromiso ciudadano. Solo cuando IU se funda en la sociedad, despidiendo toda forma de dogmatismo vertical y de lógica de aparato, logrará reflejar con sus votos la afinidad que su programa y su discurso pueden en efecto suscitar.

Pero pasos en dicha dirección solo podrán darse siempre que lo de ayer no se estime como un triunfo sino como un relativo fracaso que señala la senda por la que seguir avanzando.

(Continuará --sobre Equo, PSOE y PP--)

lunes, 20 de junio de 2011

De IU, pinzas, pactos y castigos electorales

No he parado de leer en estos días comentarios de intelectuales, tuiteros, periodistas y tertulianos simpatizantes del PSOE, que acaso hayan votado alguna vez a IU, criticando a la coalición por abstenerse en Extremadura (que no pactar) y permitir así un gobierno (¡en minoría!) del PP. Unos y otros advierten a IU que así se va a suicidar, que terminará pagando, que recurriendo de nuevo a la pinza con el PP el electorado progresista volverá a pasarle factura por su apoyo a la derecha.

Esta opinión, al menos en lo que tiene de advertencia electoral, no tiene correlato con la realidad. No es ya que se pase por el arco del triunfo la decisión de las asambleas extremeñas, que a mi juicio, en una coalición federal, debieran ser soberanas. Tampoco me refiero al cinismo absoluto que muestran aquellos que censuran a IU mientras gobiernan con el PP en Euskadi, con los ultracatólicos de UPN en Navarra y con el apoyo de la derecha catalana una vez y otra. El problema de sus críticas es que no toman en cuenta los hechos empíricos de los resultados electorales.

Estos son, y demuestran, para irritación o indiferencia suya, que IU ha pagado siempre electoralmente mucho más caro cualquier aproximación al PSOE que sus presuntos auxilios al PP.

- La supuesta pinza surgió en Andalucía, en las elecciones en que el PSOE perdió la mayoría absoluta y el tándem Luis Carlos Rejón y Javier Arenas obstruyó la acción gubernamental. Esto ocurrió en una legislatura corta, de 1994 a 1996. Pues bien, en las elecciones del 96, cuando el electorado andaluz le pasó factura por su acercamiento al PP de Arenas, IU perdió concretamente 86.320 votos, aproximadamente el 12% de los apoyos que había logrado en 1994.

- Estos eran los años también de la supuesta pinza de Aznar y Anguita contra el gobierno de Felipe González. En este caso, la legislatura también fue corta, de 1993 a 1996. Cuál fue el resultado de IU tras ese período: pasó de 2.253.722 votos en el 93 (18 diputados) a 2.639.774 votos (21 diputados). ¡Creció 386.052 votos, aproximadamente el 13%!

- La legislatura siguiente, en la que gobernó Aznar en minoría, se completó y hubo elecciones en el año 2000. A ellas se presentaron IU y PSOE de la mano, adelantando sus respectivos líderes, los celebérrimos Francisco Frutos y Joaquín Almunia, que pactarían en caso de que el PP no lograse la mayoría absoluta. Pues bien: IU perdió nada menos que 1.376.731 votos, es decir, prácticamente el 50% de los apoyos que había logrado en los tiempos del malvado Anguita de la pinza. (Coda: parece que nada supuso eso para Frutos, que pontificaba y condenaba sin asumir responsabilidades, como también pontifica ahora desde Bruselas ese perdedor llamado Almunia)

- Hay todavía más. El último episodio de apoyo electoral de IU al PSOE fue durante la última legislatura, del 2004 al 2008, cuando gobernó ZP en minoría. ¿Cuál fue el resultado para IU? Una sangría de 315.054 votos, aproximadamente el 26% de sus apoyos.

Conclusión: si se trata de minimizar el impacto electoral de la decisión en Extremadura, IU ha procedido correctamente, pues de haber apoyado al PSOE hubiesen terminado por perder entre el 35 y el 50% de sus votos actuales. Otra cosa, claro, es que se vote al PSOE y cabree eso de que te quiten, tras 30 años de hegemonía, el gobierno de una comunidad. Eso es totalmente comprensible. Pero si pierden el gobierno extremeño, como admite el propio Fernández Vara, y si terminan perdiendo toda España, no será por otra cosa que por sus obstinados errores.

domingo, 27 de marzo de 2011

El petróleo comunista de Lluis Bassets

Creo que las polémicas políticas suelen construirse sobre estructuras argumentales simplistas y falaces, así como sobre una proverbial desinformación. Se opina impunemente sin conocer siquiera lo mínimo indispensable para fundar una opinión y se critica al adversario desde requiebros ilegítimos. Si lo primero resulta claro para todos, más opaco es, sin embargo, lo segundo.

Pongamos un ejemplo de ello: hace un par de semanas, una periodista de El Mundo se lamentaba de que, ante la catástrofe japonesa, todo el mundo estuviese alarmado por el desastre nuclear en vez de condolidos por las muertes y desapariciones. El mismo argumento lo volvía a utilizar hace un par de días un columnista de BBC World, quien además recordaba que aún no se contaban fallecimientos por el accidente atómico.

Detrás de estos reproches, cuya última intención es desviar la atención de los riesgos de la energía nuclear, existe, no ya una falacia bien ostensible, como la que oculta que las desgracias por el incidente atómico se producirán a lo largo de varias décadas, sino un defecto argumental: se da por hecho que si se atiende a un problema hemos de desatender, por fuerza, otro contiguo y simultáneo; se da por sentado que si, por poner un ejemplo, denunciamos la corrupción del Partido Popular no tenemos tiempo, ni voz, ni energías para denunciar simultáneamente la ineptitud gubernamental.

Si el lector/espectador crítico observa bien podrá apreciar que estas estructuras argumentales malintencionadas son un rasgo congénito del modo de discurrir conservador. Un ejemplo de ello lo encontré hace un par de días en una columna de esos que se presentan como socialdemócratas y tienen alma vasalla, venal y subalterna. Me refiero a Lluis Bassets.

A pocos articulistas me he acercado con tan poca fortuna como a éste, de quien recuerdo especialmente una columna, escrita hace años, sobre las manifestaciones juveniles en París. ¿Cuál era su opinión al respecto? Que sus seguidores demostraban no estar a la altura de los tiempos, los cuales, por lo visto, reclamaban 'reformas estructurales' debido a la 'insostenibilidad' del Estado del bienestar, y lo mejor que podían hacer los 'retardatarios' sindicalistas e izquierdistas parisinos era 'adaptarse' e 'integrarse' al dictado de las nuevas e inexorables 'necesidades'.

Con semejante modo de razonar ya se puede imaginar quien estas líneas lea que estamos ante un 'intelectual orgánico' de los de verdad. Su periódico, claro, no podía ser otro que El País, en cuya web aloja su blog sobre actualidad política. Y es en uno de sus últimos posts donde pone en evidencia lo que adelantábamos al comienzo, eso de opinar sin fundamento y sobre estructuras argumentales defectuosas y malintencionadas.

¿De qué defecto argumental se trata esta vez? De otro que tiene que ver con el tiempo, que da por hecho que lo 'nuevo' es más correcto y verdadero que lo 'viejo'. Por eso para Bassets quienes dicen 'no' a esta guerra por estar causada nuevamente por intereses económicos, petrolíferos para más señas, son unos 'demagogos' y 'trasnochados'. Desde esta perspectiva, eso de oponerse a una conflagración porque se matan personas a cambio de petróleo resulta una antigüedad pasada de moda y hortera, que no está al tanto de las últimas tendencias del progresismo auténtico, el que marcha al compás de su tiempo. Sin embargo, el problema es que tan viejo y 'trasnochado' resulta salir con pancartas pacifistas como el ejercicio de un presunto pragmatismo realista que, curiosamente, siempre capitalizan los poderosos.

Para Bassets esta guerra es legítima entre otras cosas porque, efectivamente, tiene como objetivo el control sobre el petróleo, pero con el fin de 'devolverlo a sus dueños, los ciudadanos libios'. Con esta aseveración, no sabe uno muy bien quién es más demagogo, si el que se opone de manera irrealista a toda guerra o aquel otro que quiere convencernos de que tras la intervención se van a socializar todos los recursos energéticos para provecho común. Y si fuese cierto lo indicado por Bassets, ¿dónde están los datos objetivos que lo avalan? ¿dónde se encuentra la información en que basa eso de que incluso tras la guerra contra Sadam 'el petróleo iraquí aprovecha también a los iraquíes'?

Por lo poco que sé, tras más de dos años de ocupación se licitaron los contratos de extracción para provecho de compañías norteamericanas y británicas principalmente, sin que se conozca un aumento sustantivo del nivel de vida de los iraquíes, sumidos como están en un violento y trágico caos. Y por lo poco que conozco, resulta que Libia, aun admitiendo todos los reproches más enérgicos posibles contra su dictador, contaba con el mayor nivel de renta per cápita de la zona, con lo que tampoco es creíble eso de que hasta esta guerra el petróleo era asunto repartido en exclusiva entre las corporaciones y la familia del tirano. Pero lo peor de todo es que si llegase al poder en Trípoli un gobernante que nacionalizase el petróleo, encareciese los contratos de extracción o la practicase de forma autónoma con una empresa estatal, distribuyendo los beneficios entre los sectores desfavorecidos, ¿cuál sería el juicio del Sr. Bassets? ¿Lo adivinan, verdad?: '¡En Trípoli ha surgido un nuevo Chávez, tirano del petrodólar e insoportable demagogo!', leeríamos seguramente algún día en su blog.

lunes, 21 de marzo de 2011

No a esta guerra

Como este blog fue inaugurado con el propósito de polemizar con sujetos e ideas concretos de actualidad, en lugar de para exponer convicciones o críticas de carácter más general (para lo que está Meine Zeit), y animado por el debate que en twitter se está dando acerca de la intervención armada en Libia, pongo por escrito mi parecer, que no se asemeja a ninguno de los que voy leyendo, ni al apoyo entusiasta que la pinta como la condición necesaria para liberar a un pueblo ni a la negación cerrada que intenta expulsar la violencia y la guerra de las mismas relaciones humanas, ni tampoco, en fin, el decepcionante camino de enmedio que han tomado los de Equo e ICV, que apoyan la guerra en la medida en que se realiza en cumplimiento de una resolución, autorizándola, de la ONU.

Estoy en contra de esta guerra por tres motivos principales, que se resumen, como los mandamientos, en uno: que no me creo --como Danae me insiste a diario-- nada, ni una palabra, del relato, ni de los conceptos, que han sido empleados para contarnos el conflicto árabe, y particularmente el libio.

(1) No puedo estar a favor de esta guerra porque el principio que pretende legitimarla, a saber, que es una intervención para impedir que Gadafi masacre a su propia población no resulta cumplido universalmente por las potencias. Esas mismas masacres se dan en otras latitudes, ahora bien cercanas, sin que 'la comunidad internacional' (es decir, las potencias occidentales) se planteen siquiera amonestar a los responsables de las matanzas. ¿Qué habría si no que haber hecho con Álvaro Uribe y sus decenas de miles de muertos en fosas comunes? Según esta premisa, intervenir para derrocarlo, en lugar de consentirlo y financiarlo. Y como no se hizo, pues no me creo que ahora sea ése el móvil real.

(2) Pero es que tampoco me trago la contraposición simplista que los medios --agentes de la propaganda de las potencias en este punto, y probablemente en casi todos-- hacen entre el dictador Gadafi y el 'pueblo libio'. Hasta donde alcanzo a saber, lo que allí venía aconteciendo oponía a un tirano, respaldado hasta el momento por las potencias, por el ejército y por parte de la población, y a un numeroso colectivo de rebeldes, que resulta que, a diferencia de los manifestantes de Túnez, Yemen, El Cairo o Bahrein, estaban ya considerablemente armados. En aplicación estricta del derecho estatal e internacional al uso, lo que allí se había desencadenado era una guerra civil, o más bien, visto el curso de los acontecimientos, un conato de rebeldía armada contra el orden establecido, que siempre trata de ser reprimido por las armas con la neutralidad de las potencias extranjeras con base en el principio de no injerencia en los asuntos internos.

(3) Pero una vez que se ha decidido incumplir tal principio, aun haciéndolo con la legitimidad que para ello confiere la ONU (no se olvide), habrá que preguntarse ¿a quién estamos ayudando? ¿a quiénes representan esos rebeldes que cuentan con el respaldo occidental y que curiosamente ya se hallaban armados? ¿y qué proyecto político pretendían instaurar contra la voluntad del dictador? Creo que sin saber una coma sobre estos extremos resulta demasiado exigente solicitar la aquiescencia para algo de tanto calibre como lo es una intervención armada con resultado inevitable de sembrar la muerte. Pero si no se ha facilitado ni un dato al respecto, no es porque no se conozca, sino sencillamente porque no se quiere que se sepa, pues lo contrario despertaría el rechazo popular, acallado por ahora con el pretexto ideológico de que se está contribuyendo a que un pueblo se sacuda el yugo de una tiranía.

En definitiva, si no se sabe a quién se apoya, si no se conoce el objetivo real de la intervención, si vulnera relativamente además un principio básico del derecho internacional como el de no intervención, si se bombardea, en fin, sin responder a estas inquietudes elementales, lo más sensato es que uno muestre sus reticencias y no pueda apoyar incondicionalmente algo que supone la muerte de civiles, como tampoco puede prestarle obediencia ciega a nadie que la reclame a cambio de fe, a no ser, claro, que se tenga vocación de lacayo.

Por eso me muestro crítico respecto de los que respaldan esta intervención. Desde luego, los menos fervorosos, como los de ICV y Equo, apuntan un dato razonable, que los maximalistas olvidan. No se trata, obviamente, de comparar la solicitud de intervención por parte de la España republicana a las potencias democráticas en 1937, porque a aquel auxilio, por otra parte insatisfecho, precedía la intervención en favor del bando sublevado de las potencias fascistas europeas (Alemania e Italia). Es más, de encontrarse respaldado militarmente en estos momentos Gadafi por, pongamos por caso, China y Rusia, las restantes potencias habrían callado miserablemente.

No es ése el hecho diferencial, claro, sino la autorización de la ONU, hoy por hoy el organismo con mayor representación internacional y, por tanto, el único dotado de legitimidad para administrar la guerra, un fenómeno que es tan deleznable como inevitable. (Por eso, dicho sea de paso, mostraba ayer una visión tan estrecha, sesgada y unilateral nuestro ínclito Ignacio Camacho, a quien le parece más legítima internacionalmente la OTAN que la ONU, que cuenta entre sus miembros con regímenes tan sospechosos como Rusia y China, como si tales países, independientemente de su sistema político, no conformasen --ni tuviesen un considerable peso específico en-- la sociedad internacional). Ahora bien, ¿no choca este súbito respeto por los dictados de la ONU cuando todos los restantes, sobre todo aquellos que hablan de defensa de derechos, recuperación de la memoria o lucha contra la pobreza, caen siempre, inexorablemente, en saco roto? ¿No parece obvio --señores/as de Equo-- que la ONU más bien resulta aquí, como en otras ocasiones, instrumentalizada para conceder el fiat de legitimidad a un acuerdo adoptado de antemano por las potencias?

De ahí que centrarlo todo en la autorización de una ignorada y desprestigiada institución internacional no sea suficiente para respaldar la intervención, mucho menos sin plantear y despejar siquiera ninguno de los interrogantes precedentes. Sin embargo, ¿resulta atendible la consigna del No a la guerra como principio absoluto que proclama en estos días cierta izquierda? Tampoco lo creo, no ya porque niegue toda la historia, sino porque abole inconscientemente los presupuestos éticos que insuflan vida a esa misma izquierda en nombre de la cual se habla. Porque, por fuerte que resulte, la violencia continúa siendo un medio legítimo para derrocar a un tirano y conquistar el poder, pero a condición de que el sujeto que la ejerce sea precisamente el pueblo que sufre el despotismo, y no unos poderes que desde hace décadas, y más en los últimos dos años, han demostrado sin cesar estar al servicio de la mayor tiranía existente en estos momentos: la de los negocios, en cuyo nombre, es más que probable, se esté de nuevo conduciendo esta deplorable conflagración.