miércoles, 1 de diciembre de 2010

Guardiola vs. Mourinho

No entiendo casi nada de fútbol. No habré visto más que unas pocas decenas de partidos en mi vida, la mayoría de ellos de la selección. Solo me he emocionado intensa y sinceramente con la última competición mundial, cantando el gol de la victoria durante casi cinco minutos seguidos ante una pantalla gigante instalada en la Rossmarktplatz de Fráncfort. Pero tanta ignorancia no me ha impedido esbozar una sonrisa cuando, ayer, conocí el avasallador triunfo del Barcelona frente al Madrid y, acto seguido, recordé el artículo que a Mourinho había dedicado Camacho en las vísperas del encuentro.

Creo sinceramente que nuestro autor padece una seria monomanía con el presidente del gobierno, cuya talla intelectual y política no da desde luego para tanto. Las obsesiones suelen ser el preludio de desbarres y olvidos porque componen el motor de un razonamiento errado que, en sustancia, solo resalta lo que confirma la obsesión, para obviar las evidencias que la contradicen. Eso ha ocurrido hoy mismo, cuando ya daba por hecho que Zapatero volaba hacia Bolivia para reunirse con Evo Morales --oh, pecado--, dejando en España "un sideral vacío de gobernanza" (ojo al abuso del último término), mientras que el presidente anunciaba a media mañana que suspendía su gira sudamericana para presidir el Consejo de Ministros que va a decretar los últimos recortes, aquellos que, entre otros, el mismo Camacho lleva meses reclamando.

Patinazo similar cometió el lunes al elogiar las presuntas virtudes que adornan al entrenador del Madrid para elevarlo, en definitiva, a la condición de "líder antipático", a contrafigura y negativo de un gobernante pusilánime y superficial como Zapatero. Ahí van algunas de tales cualidades morales: "triunfador que no pide perdón por salirse de la imperante mediocridad", granjeándose así la envidia y el rechazo de la gris generalidad; "ganador con motivos para sacar pecho"; un tipo "orlado por el aura del éxito social", colocado "por encima de la media" y que se puede permitir el lujo de "respaldar su inmodestia con una deslumbrante hoja de servicios"; y, como entrenador, ejemplo de "liderazgo de perfil duro", consciente de que la victoria solo "llega por caminos cooperativos". Así pues, Mourinho representa nada menos "que la clase de dirigente que se necesita en circunstancias difíciles, cuando se requiere de alguien que no se esconda ante las adversidades ni tenga prioridad por caer simpático". En fin: el líder ideal para superar una crisis como la presente, porque arriesga a ganar, lo hace con valentía y seguro de sí mismo, aunque eso le cueste la antipatía popular. El dirigente (o Mesías) que necesita España, en definitiva.

Parece, en cambio, que los resultados no avalan la eficacia de esta estrategia. A la antipatía justificada por su prepotencia se suma el dato inequívoco de un fracaso rotundo. De una derrota provocada precisamente por un modelo opuesto de dirección y liderazgo, por un estilo justamente inverso. Se trata de una actitud basada en la perseverancia, en la confianza mezclada de autoridad hacia los jugadores, en la vocación, en la huida de los focos y protagonismos ajenos al núcleo de la profesión; se trata de un modo de actuar refractario a notoriedades basadas en el escándalo y en la ramplona provocación, proclive al cálculo a medio-largo plazo, reacio a las reacciones inmediatas y exclusivamente centrado en el cultivo esmerado del propio oficio. Guardiola exhibe así, frente al estilo de Mourinho, una manera de proceder que, como demuestra el resultado del lunes, concluye por triunfar de manera inapelable, no solo en el duelo más famoso de la liga, un encuentro momentáneo al fin y al cabo, sino en el balance general de partidos en que ha ido participando desde hace ya algunos años.

Si para Camacho Mourinho es el arquetipo ideal de gobernante, para quien suscribe Guardiola es el modelo que habrían debido imitar empresarios, banqueros, financieros y demás agentes económicos para evitar la crisis en que nos encontramos hundidos principalmente por su gestión irresponsable. Y no me refiero sino a un modelo de empresario menos preocupado por ostentar de manera prepotente un éxito efímero con gastos suntuosos, cálculos cortoplacistas y culpable imprevisión, y más centrado en sentir su oficio en términos de ascetismo vocacional, de entrega a la sociedad y de adhesión auténtica a una tarea de cuyo éxito, en efecto, depende el disfrute y bienestar, no ya de los propios seguidores, sino del conjunto de la sociedad.