lunes, 21 de noviembre de 2011

Mi valoración de las elecciones (I)

Creo que en estas elecciones se ha consumado mi divorcio con la política oficial y partidista de este país. Hasta hace bien poco, había vivido las jornadas electorales como momentos decisivos. Me encontraba claramente involucrado con una de las formaciones en liza y me sentía, en pequeña medida, parte de la pacífica contienda electoral. Sin embargo, ahora, tanto mi desapego creciente a la partitocracia como la triste evidencia de que vivimos en una autocracia financiera, me han hecho contemplar los resultados de ayer con bastante distanciamiento. Las conclusiones que extraigo de ese análisis desapasionado, aunque fiel a mis convicciones, son las siguientes.

1) Creo que lo más digno de subrayar en la noche de ayer es la subida espectacular de UPyD, que practicamente cuadriplicó sus resultados de 2008 y se convirtió en la tercera fuerza en comunidades como la de Madrid y Murcia. Este incremento exponencial revela dos tendencias sociales muy evidentes: (a) el clamor de cierta ciudadanía sin ideología política marcada por una regeneración institucional, que ponga vedo a la corrupción endémica causada y amparada por el bipartidismo, y (b) el hartazgo existente del Ebro y el Duero hacia el Sur respecto de las reivindicaciones nacionalistas e independentistas vasca y catalana.

El reforzamiento electoral de la izquierda abertzale y el monopolio conservador de prácticamente todas las instituciones seguirán dando motivos para el crecimiento de UPyD. Y su deliberada indefinición ideológica no constituirá un demérito, sino que expresará su capacidad para continuar captando votos y adhesiones de una clase media ilustrada, refractaria al discurso nacionalista y desencantada respecto de la política oficial.

2) El segundo resultado más relevante de ayer fue, sin duda, la exitosa irrupción de Amaiur en el Congreso. Esta entrada triunfal demuestra que no había peor enemigo de la izquierda abertzale que la propia ETA. Hasta que no ha comenzado esta izquierda a superar el síndrome de Estocolmo que la subordinaba a la injustificable banda terrorista no ha empezado a granjearse un fuerte respaldo social.

Pero la subida no solo es un efecto del abandono de la violencia por parte de ETA. Que después de casi una década prohibiendo partidos, clausurando periódicos, cerrando revistas y disolviendo asociaciones el apoyo popular al independentismo vasco haya crecido considerablemente revela algo fundamental: lo eficaz que ha sido dicha política de excepción para derrumbar el terrorismo, pero lo estéril que ha resultado al mismo tiempo para cercenar las posiciones independentistas. De hecho, quizá nunca como ahora en Euskadi haya sumado el nacionalismo más del 50% de los votos totales. Con un gobierno del PP en Madrid, y si en él priman las tesis y tendencias de su ala dura, todo apunta a que este crecimiento del nacionalismo vasco, tanto del peneuvista como del de Batasuna, no se detendrá.

3) Otra subida considerable ha experimentado Izquierda Unida, que pasa de 970.000 a 1.680.000 votos. No obstante, en mi opinión, no es un resultado que deba conducir a una eufórica celebración, pues refleja un fracaso moderado más que un triunfo indiscutible. En realidad, la subida debería tomar como cifra de contraste los 1.280.000 votos de 2004, pues en las elecciones de 2008 hubo una ostensible migración de votos prestados desde IU al PSOE con el fin de "frenar a la derecha" (el famoso tsunami bipartidista de Llamazares)

Vistas así las cosas, la formación izquierdista apenas ha logrado aumentar su base social (400.000 votos), en un contexto marcado además por una sangría en el PSOE de casi 4.5 millones de votos y un aumento sensible de la abstención. El objetivo inicialmente marcado de recibir en masa a descontentos con el PSOE y movilizar al abstencionismo de la izquierda crítica no se ha cumplido ni de lejos, pese al incremento de los votos y los escaños.

Si en una coyuntura tan excepcional como la presente, en la que IU ha sido la única formación que ha mantenido un discurso nítidamente enfrentado a la ortodoxia neoliberal, apenas si ha podido aumentar la base social o capitalizar el descontento ciudadano, ¿cómo interpretar como victoria el resultado de ayer? ¿Cuál es el motivo de que no se vote masivamente a la agrupación de izquierdas dadas las presentes circunstancias?

En esta era digital, ya no sirve de mucho la táctica de tirar los balones fuera, acusando, por ejemplo, a los medios de despreciar el valor de IU. A mi juicio, el error se localiza en otro sitio: en la desconexión entre la coalición, aquejada de múltiples vicios procedentes del comunismo, y la sociedad. Si el 15m fue la demostración palmaria de que IU como conjunto --no considerada en algunas de sus principales cabezas-- no catalizaba el descontento social mayoritario, las elecciones vuelven a demostrar que no ha sido capaz de canalizar una coyuntura histórica muy favorable a sus posiciones.

El reto para continuar creciendo y convertirse en la fuerza que por su programa merece ser, quizá pase por dar la palabra y dejar todas las instancias en manos de hombres y mujeres brillantes, distinguidos por sus méritos, su trayectoria civil y profesional y su compromiso ciudadano. Solo cuando IU se funda en la sociedad, despidiendo toda forma de dogmatismo vertical y de lógica de aparato, logrará reflejar con sus votos la afinidad que su programa y su discurso pueden en efecto suscitar.

Pero pasos en dicha dirección solo podrán darse siempre que lo de ayer no se estime como un triunfo sino como un relativo fracaso que señala la senda por la que seguir avanzando.

(Continuará --sobre Equo, PSOE y PP--)

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