martes, 5 de junio de 2012

De neo-tecnócratas (2)

No llegué a pensar que los de la Tercera Vía, o los socialdemócratas neoliberales y de derechas, como prefieran llamarlos, iban a levantar cabeza tan pronto, después de haber conducido a la ruina a sus propias formaciones y tras haber contribuido a generar esta crisis económica que todos padecemos. Sin embargo, cuentan con el soporte mediático y financiero necesario para difundir un mensaje que debiera estar ya falto de credibilidad. Como no parece el caso, demos un vistazo crítico a algunos de los últimos hitos de esta corriente economicista y tecnocrática.

Salida del euro y gobierno de concentración nacional

El pasado viernes, tres renombrados economistas publicaban un valioso artículo en El País en el que venían a sostener dos cosas: (1) que la salida del euro nos conduce inmediatamente al desastre y (2) que es deseable formar un Gobierno de concentración nacional compuesto por tecnócratas. 

(1) El artículo encerraba el valor de poner sobre el tapete, aunque fuese para despreciarla, una alternativa, la de salir del euro, que apenas se baraja en los foros de discusión pública. Si lo hacían es porque saben que es una posibilidad contemplada por el Gobierno, como dejaron ver la semana pasada Montoro y De Guindos al insinuar la pertinencia de una quita o al caracterizar nuestra coyuntura presente por estar jugándose "el futuro del euro". Además, también es apreciable que sus autores se tomaran el esfuerzo de recrear el escenario económico tras la salida de la moneda única, algo que la mayoría de sus defensores se ahorran, solicitando del interlocutor un acto de adhesión a la moneda europea basado exclusivamente en la fe (y la resignación).     

Quien suscribe piensa que la opción de permanecer o salir del euro solo cabe despejarla en función de las circunstancias. Si quedarnos en él significa estar económicamente intervenidos y ejecutar reformas que nos condenan a un mayor empobrecimiento, entonces la salida comienza a hacerse inevitablemente atractiva. Y es aquí donde viene la debilidad en la argumentación de los tres economistas: para ellos, en efecto, salir del euro supondría quiebras, bancarrota, depreciación monetaria, devaluación generalizada del poder adquisitivo y, en definitiva, una catastrófica involución económica. Puede que tal escenario sea veraz, pero descuida algunos factores positivos: p. ej., el encarecimiento súbito de las importaciones intensificaría forzosamente la producción nacional, y la depreciación monetaria, sumada a la devaluación general, espolearía también las exportaciones. Con todo, lo decisivo es que, según afirman los propios autores, España "rebotaría tarde o temprano", de manera que, lo inicialmente descrito como catástrofe, al final podría hasta resultar beneficioso. 

¿Dónde se localizarían entonces los problemas? En el terreno de la política, pues volver a tener soberanía monetaria implicaría el auge de los "caciques locales", la consolidación de una casta privilegiada, ligada al poder, "nacida del chanchullo, la chapuza y el compadreo". Tal pronóstico adolece de una debilidad notoria, por estar basado en una transposición histórica ilegítima. El problema no es tanto que esa clase privilegiada, nacida de la autoridad de los políticos sobre la economía y basada en la corrupción, pueda contemplarse ya, en plena vigencia del euro, sino que su existencia debiera ser un lastre removible en un régimen democrático. Así, toda la suposición de nuestros economistas se basa en que la salida del euro sería, literalmente, un regreso a la España franquista, por lo que continuar en la moneda reportaría un beneficio fundamentalmente político, el de "preservar el mínimo control de los desmanes de nuestros dirigentes". A no ser que a tal convencimiento subyazca un prejuicio racista y neocolonial, a tenor del cual los españoles no sabemos vivir en democracia salvo que estemos tutelados por el extranjero civilizado, sus pretensiones carecen de sentido, pues ese control sobre los gobernantes podría verificarse perfectamente en una España democrática que hubiese vuelto a la peseta. 

(2) Probablemente ese mismo postulado cultural simplista, que distingue a civilizados de bárbaros y a gente preparada de gente por instruir, sea el que esté operativo en el segundo apartado de nuestro artículo: la reivindicación de un gobierno de concentración formado por tecnócratas. Tres problemas como poco se pueden señalar a este respecto, (a) uno de procedimiento y legitimidad, (b) otro de concepto y (c) otro de medios:

(a) Los economistas, poco dados a estudiar derecho, suelen contar con una inclinación inequívocamente autoritaria. Las elecciones y los procedimientos democráticos, que comunican legitimidad a las decisiones políticas, suelen ser para ellos incómodos escollos a solventar cuanto antes. Ya lo decíamos con respecto a un post de Senserrich, donde este autor de politikon apremiaba a los gobernantes a que diesen la espalda a sus ignaros votantes para aplicar las reformas necesarias. Por estos fueros andan también los economistas que nos ocupan, cuando reclaman un "nuevo gobierno, con apoyo de todos los partidos mayoritarios, compuesto por políticos competentes y técnicos intachables". Y a qué viene esta repentina urgencia, a pocos meses de haberse celebrado unas elecciones, se preguntará el lector. De nuevo, a la necesidad de una "confianza" que sin duda generaría en los inversores un "gobierno coherente y serio". 

Pues bien, resulta que en democracia un cambio de gobierno requiere unas determinadas condiciones por las que estos autores no pasan ni de puntillas. Tiempo habrá, en el siguiente post, de discutir este extremo con Senserrich. Baste ahora indicar que el propósito perseguido, el de generar confianza en los mercados, oculta una falacia: la de que tales "mercados e inversores", si con ellos nos referimos a nuestros compradores de deuda, resulta que no son otros que la propia banca española, tenedora de más de dos tercios de toda nuestra deuda pública... Y cumple también indicar que dicho gobierno de concentración abrirá por fuerza un horizonte autoritario, pues se traducirá necesariamente en la exclusión de todas las fuerzas minoritarias, que en conjunto conforman una considerable mayoría, a las que solo se reservará la reforma del código penal para cuando protesten contra las reformas y medidas que nuestros economistas proponen.

(b) Pero es que, además, la naturaleza tecnocrática de un gobierno no garantiza el acierto de sus decisiones. Los técnicos se equivocan con frecuencia, y ese grado de equivocación se torna estructural si nos referimos a los economistas. Como bien recuerda Rafael Escudero, Rodrigo Rato pasaba hasta hace tan solo unas semanas como un técnico excelente. Su historial es buena muestra de su incompetencia. Y esta crisis económica no ha hecho sino aumentar los ejemplos de supuestos técnicos realmente incompetentes.

El problema, sin embargo, es de orden conceptual, y procede de una confusión típica en el personal académico y en el profesorado universitario. La actividad política requiere unas cualidades prácticas, desde la capacidad de tomar decisiones hasta la facultad de coordinar y dirigir grupos humanos, que no tienen por qué aparecer en la figura del experto. El técnico es imprescindible para desplegar la acción política, pues es quien señala al político los medios a tomar para la consecución de los fines que se propone, pero el político resulta insustituible por el técnico. En definitiva, la esfera de la política, en la que han de adoptarse las decisiones sobre los fines a lograr, es irreductible a la esfera de la técnica, y por eso, más que garantía de acierto, un gobierno de tecnócratas nos condenaría al error y, paradójicamente, a proyectar más desconfianza.

(c) Otra cuestión es que los técnicos formulen con total legitimidad y con indiscutible competencia cuáles han de ser los caminos a tomar para salir de la crisis. En Fedea, la Fundación a la que pertenecen los autores de nuestro artículo, parecen tener claro cuáles han de ser tales medidas: reforma laboral que se traduzca en gratuidad del despido, incidir solo en impuestos indirectos en detrimento de la progresividad fiscal, reducir la contribución empresarial a la seguridad social, aumentar la edad de jubilación y reducir el coste de las pensiones, etc. 

Pues bien, para adoptar tales medidas resulta indiferente hacerse de una legión de expertos o dejar que la Comisión Europea nos intervenga. El requisito propuesto, el Gobierno de concentración nacional, es perfectamente independiente de las medidas a adoptar, que bien pueden ser tomadas por este gobierno. ¿Y por qué no las adoptan de una vez, si tan sencillas y salutíferas resultan? Pues porque hasta en el PP saben que su aplicación se traduciría rápidamente en un empobrecimiento masivo, en un crecimiento considerable de las desigualdades económicas y en una situación que haría para muchos deseable salir del euro y refugiarse en la seguridad de la soberanía monetaria.

Continuará...    
     

lunes, 7 de mayo de 2012

De neo-tecnócratas

En 1933, el ingeniero Howard Scott publicó su Introduction to Technocracy, la biblia de un movimiento fundamentalista de la Norteamérica de entreguerras que decía tener, frente a fascistas y comunistas, la solución a la crisis económica de 1929. Muy básicamente, sus argumentos se apoyaban en la creencia en que todos los hechos colectivos de contenido económico, y susceptibles de ser objeto de decisión política, eran reducibles a categorías físico-matemáticas mensurables, concretamente a las unidades de energía consumidas en el proceso de producción y distribución de mercancías. De este modo, el objeto de la política, en lugar de la polémica entre pareceres ideológicos distintos, pasaba a ser la planificación científicamente racional y objetiva de esa energía social con el fin de recobrar la armonía económica perdida. 


Como es bien sabido, la salida a aquella crisis se debió, además de a una guerra, a las medidas político-económicas adoptadas por Franklin Delano Roosevelt que tenían como finalidad constituir un New Deal. El movimiento tecnocrático se limitó a ser una mera anécdota, descalificada por el utopismo de sus planteamientos y por el espurio interés corporativo que encerraba, al limitarse en lo fundamental a defender la presencia de ingenieros, físicos y demás técnicos en los círculos políticos decisorios. 


En su rápido declive jugó también un papel importante su superficialidad filosófica, puesta de relieve por sus críticos, que venían a recordarle que la adopción de cualquier medio técnico implicaba previamente una decisión política, justamente la que elige cuál es el fin a perseguir. 


Pues bien, parece que para consumo del público español y para cubrir las necesidades teóricas y explicativas provocadas por la crisis, volvemos a contar con un incipiente movimiento tecnocrático, alojado en la plataforma denominada politikon y compuesto por diversos politólogos, técnicos y lobistas de notable formación académica y de creencias neoliberales o socioliberales. (Ya aquí se observa la primera aporía del movimiento, autodesignado con una divisa que remite al 'animal político' de Aristóteles, pero que persigue la despolitización de la política).


Algunas de las debilidades y el claro trasfondo político de este movimiento presuntamente aséptico se pueden apreciar en la última entrada de Roger Senserrich sobre las elecciones francesas y griegas de ayer. 


El primer signo de ligereza intelectual en estos autores que pretendidamente conocen las reglas objetivas de nuestra dinámica político-económica es de carácter formal. Una exigencia irrenunciable en la discusión política es el uso correcto de la gramática, algo que no parece caracterizar el post que nos ocupa y que esperemos sepa cuidar el autor en sus próximas colaboraciones al medio dirigido por Ignacio Escolar, El Diario.es (véanse algunos ejemplos: "el país heleno ahora mismo no tiene una mayoría sostenible, no ya de cumplir los acuerdos con Europa, sino de sobrevivir más de un par de meses"; "Salvar el euro va a exigir que los líderes de muchos país europeos..."; "A la práctica, Grecia ha volatilizado...")


Pero vayamos a lo sustantivo. Senserrich parte de un diagnóstico político equivocado por incompleto. Se limita a afirmar que las dos elecciones de ayer confirman la regla según la cual gobernar en crisis produce tal desgaste que conduce inexorablemente a la derrota electoral. Semejante argumento exonera de toda responsabilidad en la gestión de la crisis a los gobernantes derrotados, cuando en realidad su debacle electoral no se debe al hecho de gobernar en tiempos de crisis, sino a hacerlo de un modo, como el propio Senserrich admite después, que solo ha logrado agravarla. Y en tal sentido, las elecciones democráticas no hacen sino cumplir su función, que no es preservar ningún statu quo, sino exigir responsabilidades políticas a los dirigentes cuando éstos no han cumplido las expectativas en ellos depositadas, o cuando sencillamente han gobernado de forma descarada contrariando su programa o agrediendo al interés mayoritario de la nación. 


Lo que más teme Senserrich es que concluya triunfando la corriente, para él demagógica, que pide que "la democracia gane a los mercados". Su posición, diametralmente opuesta, es que los gobiernos atiendan exclusivamente a los dictados de la tecnocracia, haciendo "lo que deben hacer". No obstante, ni se explicitan tales dictados, ni se argumentan y fundamentan dichos supuestos deberes y, además, curiosamente, se olvida que, hasta ahora, lo que se ha venido haciendo al menos a escala europea, ha sido sugerido precisamente por economistas, burócratas y técnicos apoyados en un presunto discurso científico-objetivo incontestable. Y eso que se ha hecho, según reconoce el mismo autor, no ha tenido como resultado más que un fracaso estrepitoso. He aquí, pues, una prueba incontrovertible de cómo las disparidades y antagonismos se dan también en el campo de los técnicos y científicos.


En el post se hacen asimismo evidentes algunas de las debilidades de la retórica tecnocrática. Presuntamente objetiva, por científica y técnica, la posición de Senserrich no deja sin embargo de mostrar toda su carga política visceral, cuando descalifica como "chiflados" a todos los partidos opuestos a los designios de la Troika o cuando se refiere, sin más pormenor, a los "comunistas trasnochados" que han logrado cierto éxito en estas elecciones. 


Ridícula en estos tiempos de modernidad y pluralismo moral y político, a esta postura solo cabe tildarla de autoritaria y elitista. En el fondo, siente nostalgia de una religión, de un conjunto de valores que funde y delimite el campo legítimo de la acción política. Como ya es imposible esta base cultural, coloca en su lugar una fe religiosa en la ciencia y la técnica, al parecer solo defendible eficazmente por el statu quo bipartidista. Como suele pasar, quien tacha a los adversarios de "trasnochados" y de fundamentalistas, es el primero que muestra su desfase temporal con esta época pluralista y su integrismo alérgico a las discrepancias políticas, no de matiz, sino sustantivas. 


Autoritario y elitista es el programa subyacente a estos planteamientos porque viene a defender, como única salida viable de la crisis, que los gobernantes europeos "ignoren abiertamente las preferencias de sus votantes para montar un tinglado político-económico incomprensible para el común de los mortales", entre los que, obviamente, no se encuentra el propio Senserrich, conocedor de los arcanos del poder y la técnica.


Presuntuosa e insostenible, además de políticamente deleznable, me resulta esta perspectiva que trata con desprecio y altivez a la diferencia de criterio. Basta además con afinar un poco el comentario de texto para contemplar cómo uno de sus principales puntos de apoyo solo consiste en vagos prejuicios culturales y racistas. Senserrich viene así en sus líneas a reproducir el mantra del gobierno alemán según el cual esta crisis está causada, entre otros motivos, por una intolerable transferencia de renta desde los ahorradores civilizados del Norte a los derrochadores bárbaros del Sur. Y, claro, si desplegar políticas de crecimiento implica volver a activar esta transferencia de fondos, es coherente que su resultado vuelva a ser el desastre financiero.


Se ve que el autor no tiene por costumbre leer fundamentados análisis de política internacional. Prefiere basar su argumentación en sugerencias culturales de trazo grueso, según las cuales los holandeses y alemanes son tipos serios y civilizados, mientras que los griegos, portugueses, italianos y españoles (menos los autores de politikon, se entiende) somos por definición unos vagos y tramposos. De este modo, el tecnócrata, en lugar de hablarnos de cifras y datos, de descripciones asépticas de la realidad y sus tendencias, se nos despacha con tópicos comunes envueltos en un tono magisterial ("aviso, estoy siendo optimista", nos llega a advertir el chamán). 


En definitiva, nos encontramos con un discurso fraudulento, politizado y escasamente sostenido en datos técnicos y referencias objetivas. Por ejemplo, a Senserrich le basta con desacreditar a las formaciones de izquierda griegas como "comunistas trasnochados". ¿Dice alguna palabra sobre el programa y trayectoria del Partido Comunista, de Syriza y de Izquierda Democrática? Por supuesto que no. Ya le basta la descalificación basada en su prejuicio supremacista para formar su juicio. Un juicio que, por lo demás, es tan simplista que le pasa desapercibida la posición que en la esfera internacional ocupa China, un país donde la economía está controlada por el Estado. 


El discurso reflejado por el post de Senserrich, además, llega a ser atécnico en el sentido más profundo del término, el de no atenerse a las reglas de la lógica y coherencia argumentales. Así, aunque parece repudiar la reivindicación de más democracia que mercado, como si condenase fatalmente al fracaso económico, después resulta que admite que una salida del euro por parte de Grecia provocada por estos resultados electorales democráticos tendría, a medio plazo, efectos económicos positivos para los griegos. Con lo cual viene a demostrar todo el precioso tiempo que se ha perdido desde que, por imperativos de la tecnocracia, se impidió al pueblo griego decidir en referéndum si aceptaba, o no, las condiciones de otro plan de ajuste.


Coda. En una conversación con Senserrich por tuiter (donde figura con el muy descriptivo nombre de @Egócrata), el autor se me autodefinió "como socialdemócrata, de la línea dura en la redistribución de riqueza". Su ideario, vagamente liberal y escasamente fundado en datos y referencias objetivas, componen una buena muestra de lo que hoy puede pasar bajo el título de socialismo democrático.