En 1933, el ingeniero Howard Scott publicó su Introduction to Technocracy, la biblia de un movimiento fundamentalista de la Norteamérica de entreguerras que decía tener, frente a fascistas y comunistas, la solución a la crisis económica de 1929. Muy básicamente, sus argumentos se apoyaban en la creencia en que todos los hechos colectivos de contenido económico, y susceptibles de ser objeto de decisión política, eran reducibles a categorías físico-matemáticas mensurables, concretamente a las unidades de energía consumidas en el proceso de producción y distribución de mercancías. De este modo, el objeto de la política, en lugar de la polémica entre pareceres ideológicos distintos, pasaba a ser la planificación científicamente racional y objetiva de esa energía social con el fin de recobrar la armonía económica perdida.
Como es bien sabido, la salida a aquella crisis se debió, además de a una guerra, a las medidas político-económicas adoptadas por Franklin Delano Roosevelt que tenían como finalidad constituir un New Deal. El movimiento tecnocrático se limitó a ser una mera anécdota, descalificada por el utopismo de sus planteamientos y por el espurio interés corporativo que encerraba, al limitarse en lo fundamental a defender la presencia de ingenieros, físicos y demás técnicos en los círculos políticos decisorios.
En su rápido declive jugó también un papel importante su superficialidad filosófica, puesta de relieve por sus críticos, que venían a recordarle que la adopción de cualquier medio técnico implicaba previamente una decisión política, justamente la que elige cuál es el fin a perseguir.
Pues bien, parece que para consumo del público español y para cubrir las necesidades teóricas y explicativas provocadas por la crisis, volvemos a contar con un incipiente movimiento tecnocrático, alojado en la plataforma denominada politikon y compuesto por diversos politólogos, técnicos y lobistas de notable formación académica y de creencias neoliberales o socioliberales. (Ya aquí se observa la primera aporía del movimiento, autodesignado con una divisa que remite al 'animal político' de Aristóteles, pero que persigue la despolitización de la política).
Algunas de las debilidades y el claro trasfondo político de este movimiento presuntamente aséptico se pueden apreciar en la última entrada de Roger Senserrich sobre las elecciones francesas y griegas de ayer.
El primer signo de ligereza intelectual en estos autores que pretendidamente conocen las reglas objetivas de nuestra dinámica político-económica es de carácter formal. Una exigencia irrenunciable en la discusión política es el uso correcto de la gramática, algo que no parece caracterizar el post que nos ocupa y que esperemos sepa cuidar el autor en sus próximas colaboraciones al medio dirigido por Ignacio Escolar, El Diario.es (véanse algunos ejemplos: "el país heleno ahora mismo no tiene una mayoría sostenible, no ya de cumplir los acuerdos con Europa, sino de sobrevivir más de un par de meses"; "Salvar el euro va a exigir que los líderes de muchos país europeos..."; "A la práctica, Grecia ha volatilizado...")
Pero vayamos a lo sustantivo. Senserrich parte de un diagnóstico político equivocado por incompleto. Se limita a afirmar que las dos elecciones de ayer confirman la regla según la cual gobernar en crisis produce tal desgaste que conduce inexorablemente a la derrota electoral. Semejante argumento exonera de toda responsabilidad en la gestión de la crisis a los gobernantes derrotados, cuando en realidad su debacle electoral no se debe al hecho de gobernar en tiempos de crisis, sino a hacerlo de un modo, como el propio Senserrich admite después, que solo ha logrado agravarla. Y en tal sentido, las elecciones democráticas no hacen sino cumplir su función, que no es preservar ningún statu quo, sino exigir responsabilidades políticas a los dirigentes cuando éstos no han cumplido las expectativas en ellos depositadas, o cuando sencillamente han gobernado de forma descarada contrariando su programa o agrediendo al interés mayoritario de la nación.
Lo que más teme Senserrich es que concluya triunfando la corriente, para él demagógica, que pide que "la democracia gane a los mercados". Su posición, diametralmente opuesta, es que los gobiernos atiendan exclusivamente a los dictados de la tecnocracia, haciendo "lo que deben hacer". No obstante, ni se explicitan tales dictados, ni se argumentan y fundamentan dichos supuestos deberes y, además, curiosamente, se olvida que, hasta ahora, lo que se ha venido haciendo al menos a escala europea, ha sido sugerido precisamente por economistas, burócratas y técnicos apoyados en un presunto discurso científico-objetivo incontestable. Y eso que se ha hecho, según reconoce el mismo autor, no ha tenido como resultado más que un fracaso estrepitoso. He aquí, pues, una prueba incontrovertible de cómo las disparidades y antagonismos se dan también en el campo de los técnicos y científicos.
En el post se hacen asimismo evidentes algunas de las debilidades de la retórica tecnocrática. Presuntamente objetiva, por científica y técnica, la posición de Senserrich no deja sin embargo de mostrar toda su carga política visceral, cuando descalifica como "chiflados" a todos los partidos opuestos a los designios de la Troika o cuando se refiere, sin más pormenor, a los "comunistas trasnochados" que han logrado cierto éxito en estas elecciones.
Ridícula en estos tiempos de modernidad y pluralismo moral y político, a esta postura solo cabe tildarla de autoritaria y elitista. En el fondo, siente nostalgia de una religión, de un conjunto de valores que funde y delimite el campo legítimo de la acción política. Como ya es imposible esta base cultural, coloca en su lugar una fe religiosa en la ciencia y la técnica, al parecer solo defendible eficazmente por el statu quo bipartidista. Como suele pasar, quien tacha a los adversarios de "trasnochados" y de fundamentalistas, es el primero que muestra su desfase temporal con esta época pluralista y su integrismo alérgico a las discrepancias políticas, no de matiz, sino sustantivas.
Autoritario y elitista es el programa subyacente a estos planteamientos porque viene a defender, como única salida viable de la crisis, que los gobernantes europeos "ignoren abiertamente las preferencias de sus votantes para montar un tinglado político-económico incomprensible para el común de los mortales", entre los que, obviamente, no se encuentra el propio Senserrich, conocedor de los arcanos del poder y la técnica.
Presuntuosa e insostenible, además de políticamente deleznable, me resulta esta perspectiva que trata con desprecio y altivez a la diferencia de criterio. Basta además con afinar un poco el comentario de texto para contemplar cómo uno de sus principales puntos de apoyo solo consiste en vagos prejuicios culturales y racistas. Senserrich viene así en sus líneas a reproducir el mantra del gobierno alemán según el cual esta crisis está causada, entre otros motivos, por una intolerable transferencia de renta desde los ahorradores civilizados del Norte a los derrochadores bárbaros del Sur. Y, claro, si desplegar políticas de crecimiento implica volver a activar esta transferencia de fondos, es coherente que su resultado vuelva a ser el desastre financiero.
Se ve que el autor no tiene por costumbre leer fundamentados análisis de política internacional. Prefiere basar su argumentación en sugerencias culturales de trazo grueso, según las cuales los holandeses y alemanes son tipos serios y civilizados, mientras que los griegos, portugueses, italianos y españoles (menos los autores de politikon, se entiende) somos por definición unos vagos y tramposos. De este modo, el tecnócrata, en lugar de hablarnos de cifras y datos, de descripciones asépticas de la realidad y sus tendencias, se nos despacha con tópicos comunes envueltos en un tono magisterial ("aviso, estoy siendo optimista", nos llega a advertir el chamán).
En definitiva, nos encontramos con un discurso fraudulento, politizado y escasamente sostenido en datos técnicos y referencias objetivas. Por ejemplo, a Senserrich le basta con desacreditar a las formaciones de izquierda griegas como "comunistas trasnochados". ¿Dice alguna palabra sobre el programa y trayectoria del Partido Comunista, de Syriza y de Izquierda Democrática? Por supuesto que no. Ya le basta la descalificación basada en su prejuicio supremacista para formar su juicio. Un juicio que, por lo demás, es tan simplista que le pasa desapercibida la posición que en la esfera internacional ocupa China, un país donde la economía está controlada por el Estado.
El discurso reflejado por el post de Senserrich, además, llega a ser atécnico en el sentido más profundo del término, el de no atenerse a las reglas de la lógica y coherencia argumentales. Así, aunque parece repudiar la reivindicación de más democracia que mercado, como si condenase fatalmente al fracaso económico, después resulta que admite que una salida del euro por parte de Grecia provocada por estos resultados electorales democráticos tendría, a medio plazo, efectos económicos positivos para los griegos. Con lo cual viene a demostrar todo el precioso tiempo que se ha perdido desde que, por imperativos de la tecnocracia, se impidió al pueblo griego decidir en referéndum si aceptaba, o no, las condiciones de otro plan de ajuste.
Coda. En una conversación con Senserrich por tuiter (donde figura con el muy descriptivo nombre de @Egócrata), el autor se me autodefinió "como socialdemócrata, de la línea dura en la redistribución de riqueza". Su ideario, vagamente liberal y escasamente fundado en datos y referencias objetivas, componen una buena muestra de lo que hoy puede pasar bajo el título de socialismo democrático.
Como es bien sabido, la salida a aquella crisis se debió, además de a una guerra, a las medidas político-económicas adoptadas por Franklin Delano Roosevelt que tenían como finalidad constituir un New Deal. El movimiento tecnocrático se limitó a ser una mera anécdota, descalificada por el utopismo de sus planteamientos y por el espurio interés corporativo que encerraba, al limitarse en lo fundamental a defender la presencia de ingenieros, físicos y demás técnicos en los círculos políticos decisorios.
En su rápido declive jugó también un papel importante su superficialidad filosófica, puesta de relieve por sus críticos, que venían a recordarle que la adopción de cualquier medio técnico implicaba previamente una decisión política, justamente la que elige cuál es el fin a perseguir.
Pues bien, parece que para consumo del público español y para cubrir las necesidades teóricas y explicativas provocadas por la crisis, volvemos a contar con un incipiente movimiento tecnocrático, alojado en la plataforma denominada politikon y compuesto por diversos politólogos, técnicos y lobistas de notable formación académica y de creencias neoliberales o socioliberales. (Ya aquí se observa la primera aporía del movimiento, autodesignado con una divisa que remite al 'animal político' de Aristóteles, pero que persigue la despolitización de la política).
Algunas de las debilidades y el claro trasfondo político de este movimiento presuntamente aséptico se pueden apreciar en la última entrada de Roger Senserrich sobre las elecciones francesas y griegas de ayer.
El primer signo de ligereza intelectual en estos autores que pretendidamente conocen las reglas objetivas de nuestra dinámica político-económica es de carácter formal. Una exigencia irrenunciable en la discusión política es el uso correcto de la gramática, algo que no parece caracterizar el post que nos ocupa y que esperemos sepa cuidar el autor en sus próximas colaboraciones al medio dirigido por Ignacio Escolar, El Diario.es (véanse algunos ejemplos: "el país heleno ahora mismo no tiene una mayoría sostenible, no ya de cumplir los acuerdos con Europa, sino de sobrevivir más de un par de meses"; "Salvar el euro va a exigir que los líderes de muchos país europeos..."; "A la práctica, Grecia ha volatilizado...")
Pero vayamos a lo sustantivo. Senserrich parte de un diagnóstico político equivocado por incompleto. Se limita a afirmar que las dos elecciones de ayer confirman la regla según la cual gobernar en crisis produce tal desgaste que conduce inexorablemente a la derrota electoral. Semejante argumento exonera de toda responsabilidad en la gestión de la crisis a los gobernantes derrotados, cuando en realidad su debacle electoral no se debe al hecho de gobernar en tiempos de crisis, sino a hacerlo de un modo, como el propio Senserrich admite después, que solo ha logrado agravarla. Y en tal sentido, las elecciones democráticas no hacen sino cumplir su función, que no es preservar ningún statu quo, sino exigir responsabilidades políticas a los dirigentes cuando éstos no han cumplido las expectativas en ellos depositadas, o cuando sencillamente han gobernado de forma descarada contrariando su programa o agrediendo al interés mayoritario de la nación.
Lo que más teme Senserrich es que concluya triunfando la corriente, para él demagógica, que pide que "la democracia gane a los mercados". Su posición, diametralmente opuesta, es que los gobiernos atiendan exclusivamente a los dictados de la tecnocracia, haciendo "lo que deben hacer". No obstante, ni se explicitan tales dictados, ni se argumentan y fundamentan dichos supuestos deberes y, además, curiosamente, se olvida que, hasta ahora, lo que se ha venido haciendo al menos a escala europea, ha sido sugerido precisamente por economistas, burócratas y técnicos apoyados en un presunto discurso científico-objetivo incontestable. Y eso que se ha hecho, según reconoce el mismo autor, no ha tenido como resultado más que un fracaso estrepitoso. He aquí, pues, una prueba incontrovertible de cómo las disparidades y antagonismos se dan también en el campo de los técnicos y científicos.
En el post se hacen asimismo evidentes algunas de las debilidades de la retórica tecnocrática. Presuntamente objetiva, por científica y técnica, la posición de Senserrich no deja sin embargo de mostrar toda su carga política visceral, cuando descalifica como "chiflados" a todos los partidos opuestos a los designios de la Troika o cuando se refiere, sin más pormenor, a los "comunistas trasnochados" que han logrado cierto éxito en estas elecciones.
Ridícula en estos tiempos de modernidad y pluralismo moral y político, a esta postura solo cabe tildarla de autoritaria y elitista. En el fondo, siente nostalgia de una religión, de un conjunto de valores que funde y delimite el campo legítimo de la acción política. Como ya es imposible esta base cultural, coloca en su lugar una fe religiosa en la ciencia y la técnica, al parecer solo defendible eficazmente por el statu quo bipartidista. Como suele pasar, quien tacha a los adversarios de "trasnochados" y de fundamentalistas, es el primero que muestra su desfase temporal con esta época pluralista y su integrismo alérgico a las discrepancias políticas, no de matiz, sino sustantivas.
Autoritario y elitista es el programa subyacente a estos planteamientos porque viene a defender, como única salida viable de la crisis, que los gobernantes europeos "ignoren abiertamente las preferencias de sus votantes para montar un tinglado político-económico incomprensible para el común de los mortales", entre los que, obviamente, no se encuentra el propio Senserrich, conocedor de los arcanos del poder y la técnica.
Presuntuosa e insostenible, además de políticamente deleznable, me resulta esta perspectiva que trata con desprecio y altivez a la diferencia de criterio. Basta además con afinar un poco el comentario de texto para contemplar cómo uno de sus principales puntos de apoyo solo consiste en vagos prejuicios culturales y racistas. Senserrich viene así en sus líneas a reproducir el mantra del gobierno alemán según el cual esta crisis está causada, entre otros motivos, por una intolerable transferencia de renta desde los ahorradores civilizados del Norte a los derrochadores bárbaros del Sur. Y, claro, si desplegar políticas de crecimiento implica volver a activar esta transferencia de fondos, es coherente que su resultado vuelva a ser el desastre financiero.
Se ve que el autor no tiene por costumbre leer fundamentados análisis de política internacional. Prefiere basar su argumentación en sugerencias culturales de trazo grueso, según las cuales los holandeses y alemanes son tipos serios y civilizados, mientras que los griegos, portugueses, italianos y españoles (menos los autores de politikon, se entiende) somos por definición unos vagos y tramposos. De este modo, el tecnócrata, en lugar de hablarnos de cifras y datos, de descripciones asépticas de la realidad y sus tendencias, se nos despacha con tópicos comunes envueltos en un tono magisterial ("aviso, estoy siendo optimista", nos llega a advertir el chamán).
En definitiva, nos encontramos con un discurso fraudulento, politizado y escasamente sostenido en datos técnicos y referencias objetivas. Por ejemplo, a Senserrich le basta con desacreditar a las formaciones de izquierda griegas como "comunistas trasnochados". ¿Dice alguna palabra sobre el programa y trayectoria del Partido Comunista, de Syriza y de Izquierda Democrática? Por supuesto que no. Ya le basta la descalificación basada en su prejuicio supremacista para formar su juicio. Un juicio que, por lo demás, es tan simplista que le pasa desapercibida la posición que en la esfera internacional ocupa China, un país donde la economía está controlada por el Estado.
El discurso reflejado por el post de Senserrich, además, llega a ser atécnico en el sentido más profundo del término, el de no atenerse a las reglas de la lógica y coherencia argumentales. Así, aunque parece repudiar la reivindicación de más democracia que mercado, como si condenase fatalmente al fracaso económico, después resulta que admite que una salida del euro por parte de Grecia provocada por estos resultados electorales democráticos tendría, a medio plazo, efectos económicos positivos para los griegos. Con lo cual viene a demostrar todo el precioso tiempo que se ha perdido desde que, por imperativos de la tecnocracia, se impidió al pueblo griego decidir en referéndum si aceptaba, o no, las condiciones de otro plan de ajuste.
Coda. En una conversación con Senserrich por tuiter (donde figura con el muy descriptivo nombre de @Egócrata), el autor se me autodefinió "como socialdemócrata, de la línea dura en la redistribución de riqueza". Su ideario, vagamente liberal y escasamente fundado en datos y referencias objetivas, componen una buena muestra de lo que hoy puede pasar bajo el título de socialismo democrático.
Que un necio intente usar una herramienta y se golpee en un pie no hace inútil la herramienta, solo señala la torpeza del que la usa.
ResponderEliminarEstaría bien desarrollar un poco más el tercer párrafo, que señala muy escuetamente razón para descartar esa falsa religión de la tecnocracia.
Por lo demás, completamente de acuerdo.
Es decir, que un tío que lleva meses diciendo que el BCE debe inundar Europa con billetes, adora y se derrite por Franklin Delano Roosevelt además de por los suecos, es un neoliberal conspirador malvado... Por cierto, supongo que a Jordi Hereu también le relevaron de su puesto los ciudadanos por su pésima gestión de la crisis; con esa enooorme deuda del Ayuntamiento de Barcelona...
ResponderEliminarSuperficial lectura la tuya, Javier. Nadie lo ha tachado, a él en concreto, de neoliberal, sino de tecnócrata. Y me serví de su post para mostrar cómo el razonamiento tecnócrata suele basarse en preferencias políticas y hasta en prejuicios racistas.
ResponderEliminarAdemás, el BCE lleva ya tiempo inundando Europa con billetes. No es eso solamente lo que debe hacer, sino prestar a los Estados. ¿Por qué no lo hace? Porque frustraría la vergonzante transferencia de deuda privada a deuda pública que están realizando.
Lo que el Señor Senserrich explica es que se han de adoptar posiciones pragmáticas (que no son incompatibles con ser de izquierdas), y en este sentido él ha expuesto en numerosas ocasiones que la salida a la crisis pasa por más Europa (coordinación y demás) y en este contexto por cierto, la elección del Presidente de la Comisión por los ciudadanos/as a través del Parlamento (tecnócrata total suena eso).Desde Politikon.es además se han propuesto diversas reformas como la del mercado laboral basándose en un cambio de paradigma al que se viene siguiendo por ejemplo en España y que no se base en la desprotección del desempleado (como viene haciéndose).
ResponderEliminarPor último cabe decir que el BCE no ha inundado Europa de billetes, solo ha bajado los tipos de interés y los bancos aún así siguen sin prestar dinero, ¿sino como iba a ser la inflación tan baja?.
Te recuerdo que contestaba a un post significativo, no a la trayectoria completa de Senserreich. Y si a dar barra libre hasta más de medio billón de euros no lo puedo llamar inundar Europa de billetes, entonces no sé muy bien a qué. Además de que los modelos econométricos no son física, lo de la inflación puede explicarse porque todavía hace falta más liquidez y no hay sobremonetarización alguna.
ResponderEliminar