jueves, 16 de septiembre de 2010

Liberales y liberados

Así se titula el artículo de hoy de nuestro interlocutor. En él podemos apreciar una evidencia que socava su profesionalidad y dos problemas fundamentales que afectan a la transparencia del debate público y la participación ciudadana.

El artículo celebra el contenido de la propuesta de Aguirre de eliminar liberados sindicales y, al mismo tiempo, critica la falta de oportunidad de su formulación, pues coloca innecesariamente al PP en el fuego cruzado entre el Gobierno y los sindicatos. Ignacio Camacho intenta así marcar la estrategia política del PP, señalando los caminos acertados para su futuro éxito electoral. Si de lo que se trata es de vencer al PSOE, deje usted, señora Aguirre, que se siga desgastando solo, aunque para ello tenga que abstenerse de gobernar y de ser consecuente consigo misma. Tan excelente escritor, si en muchas ocasiones se reduce a sí mismo a glosador crítico de la mediocre personalidad de Zapatero, se estrecha ahora hasta convertirse en una pieza más de un engranaje mediático y propagandístico cuyo objetivo primordial es la victoria de la derecha en España. Comprobamos así nuevamente cómo su marchamo de independencia y centrismo no revisten sino un compromiso profesional y político firme con uno de los bandos enfrentados. También Camacho, y no solo los liberados sindicales, parece tener "cosas de comer" con las que no se juega, aunque en este caso las suyas, como las de Uriarte y Tertsch, signifiquen carecer de independencia y estar al servicio de una determinada corporación, como lo están los intelectuales a sueldo de PRISA.

El problema es que la inserción de sus columnas en una estrategia más general de lucha por el poder termina muchas veces convirtiéndolas en actos de pura y dura propaganda. Hasta en dos ocasiones señala hoy que la propuesta de Aguirre es "objetivamente" atendible por el "sobredimensionamiento evidente de la bolsa de liberados". ¿Trae a colación Camacho algún dato objetivo para fundar sus juicios al parecer incontestables? Ni uno solo, por desgracia, aunque ayer mismo un medio de derechas hacía saber que en España hay un liberado sindical por cada 3.243 empleados (públicos y privados). ¿Y qué más da eso, si solo se trata de crear "corrientes de opinión" favorables al propio partido?

Con esto llegamos a un problema muy serio en la democracia actual: la fiabilidad y, sobre todo, el desconocimiento de los datos estadísticos que pretenden reflejar la realidad económica y política. Ayer mismo, en 59 segundos, Díaz Ferrán, ese señor de notable credibilidad, aseguraba que los empresarios españoles son los que mayores cotizaciones pagan a la Seguridad Social de toda Europa, a lo que Toxo respondía que justamente eran los que menos. ¿Alguna referencia objetiva que permitiese dilucidar el asunto? Ninguna, aunque los datos de la OCDE, que colocan a España en el plano fiscal y en el gasto social donde efectivamente está, entre los subdesarrollados europeos, permiten desconfiar de ese empresario distinguido precisamente por adeudar sus cuotas a la Tesorería de la Seguridad Social. Y si alguien quiere escandalizarse un poco más a cuenta de todo ello, que lea esto y vea por sí mismo la fiabilidad del estudio que hacía perder a España nueve puestos en competitividad y que al día siguiente de su publicación ya se había convertido en munición para la lucha política.

Convengamos, pues, que no otra cosa sino fe nos reclama Camacho cuando nos pide que atribuyamos idoneidad objetiva a la propuesta de la señora Aguirre. Y, por último, no otra cosa hace que política banderiza, él que tanto reclama solidez ideológica, cuando afirma que con todo esto de la huelga contemplamos una "lucha fratricida" de la izquierda española entre el Gobierno y los sindicatos. "Es mejor dejar que se desangren solos, estimada Esperanza", viene a reconvenirle a la presidenta madrileña, faltando gravemente a las exigencias del análisis racional por omitir que la colisión se da entre, por un lado, una izquierda social algo más amplia que el universo sindical, y por otro, unas políticas neoliberales y de derechas amparadas por un Gobierno dizque socialista.

El matiz no es irrelevante. No es correcto ni legítimo suprimir de un plumazo a todo un colectivo no inscrito en los sindicatos, pero identificado ahora por su oposición a las medidas regresivas que nuestro gabinete está adoptando. Y tampoco es correcto ni legítimo fundir en una sola cosa al Gobierno en su integridad, que comprende también medidas como la afortunada ley del aborto, con su política económica reciente. La lucha, querido Ignacio, se libra entre la izquierda ciudadana y la política derechista, precisamente la más derechista en esta salida de la crisis que se está practicando en toda Europa, pues tanto Sarkozy y Merkel como Cameron y Socrates han intentado distribuir más los costes de aquélla de lo que lo ha hecho Zapatero.

Si se escribiese desde convicciones ideológicas sólidas y visibles, como aquellas que permanentemente exige nuestro escritor a los políticos españoles, la coherencia con ellas exigiría celebrar esta reforma laboral, aplaudir el próximo recorte de las pensiones y encomiar la falta de progresividad fiscal lograda por este gobierno, mas no aparentar estar del lado de los trabajadores, pensionistas, funcionarios y asalariados modestos con el único fin de indisponerlos con el partido gobernante para que logre la victoria el conglomerado político-mediático que lo apoya y del que uno recibe su nómina.

Insisto: qué lástima y qué obsceno el que una pluma tan brillante, y otrora casi comunista, se haya puesto al servicio, no ya de un partido obsoleto, sino de sí misma, de la autopromoción y de un éxito entendido torcidamente. En efecto, mucho tendría que aprenderse de autores como Saramago...

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