4) Otro de los resultados más significativos del día de ayer fue el batacazo de Equo, al que un servidor votó al Congreso por Sevilla. Sus apenas 250.000 votos, incluyendo con mucha generosidad los que pudieran proceder de su pertenencia en la Comunidad Valenciana a Compromis, no responden en absoluto a sus expectativas y debieran hacer recapacitar a sus líderes.
Por desgracia para la ciudadanía progresista, en Equo acaso haya primado cierta actitud desafiante con respecto a Izquierda Unida, muy visible en su deseo de medirse electoralmente con ella, como si la generosa cobertura y proyección mediática que ha obtenido fuese a traducirse, por necesidad, en un abultado resultado electoral.
Para una valoración realista de su fracaso debería tener presente tres factores fundamentales: (a) en España no existe la suficiente tradición ecologista como para fundar un partido exclusivamente verde; (b) el lugar para defender los valores y reivindicaciones ecologistas se encuentra entonces en una formación sensible a estos, pero de contenido y alcance mayores; (c) de hecho, en Equo deben tener presente que, en buena proporción, comparten base electoral y cuadros dirigentes con Izquierda Unida, y no son pocos los que han elegido la opción verde en vez de la roja porque esta última ha vuelto a elegir a tipos grises de aparato en lugar de a individuos meritorios.
El destino de Equo, a mi juicio, pasa por integrarse en la coalición de izquierdas o por convertirse en una fuerza testimonial sin presencia institucional alguna. La oportunidad de sumarse a IU antes de las elecciones, cuando los medios la presentaban como una agrupación prometedora, ha pasado ya, por desgracia. La culpa de ello ha recaído tanto en los líderes de IU, que invitaban expresamente a "unirse en torno a ella", demostrando así un ilícito afán de asimilación heterónoma, como en los líderes (o en el líder) de Equo, confiado incluso en rebasar en sufragios a la coalición izquierdista. Y los platos rotos los hemos pagado, como siempre, los ciudadanos progresistas, que si hubiésemos contado con una coalición conjunta de IU-Equo-Anticapitalistas habríamos superado los 2 millones de votos y los 30 escaños.
Sé que buenos colegas de Equo me dirán que esa incorporación a IU es imposible porque en ésta primar unas fórmulas organizativas autoritarias, verticales y demasiado rígidas. Así es. Pero precisamente la incorporación exigente de una formación más horizontal y libre puede que propicie una saludable transformación en IU, de modo que todos salgamos ganando. La batalla, en fin, acaso sea mejor librarla dentro, como corriente poderosa que deslastre a la coalición izquierdista de sus vicios sectarios y sus prácticas de aparato, que fuera, como agrupación testimonial sin relevancia pública.
5) Pese a la relevancia de todas las consideraciones anteriores, lo más destacable de los resultados electorales ha sido, sin duda alguna, el descalabro del PSOE. Como muchos han indicado ya con toda la razón, lo que aconteció el 20N no fue una victoria arrolladora del PP cuanto un fracaso estrepitoso de su principal adversario, el PSOE. Y reconozco que, mientras en las restantes formaciones más o menos acerté en mis pronósticos, no imaginaba que el partido socialista hubiese perdido tantos apoyos.
Ante la formación socialista se abre, sin embargo, un horizonte que puede ser prometedor. De los casi 4 millones y medio de votos que ha perdido, apenas dos han migrado a otras formaciones (UPyD, PP e IU, por ese orden). Y, dadas las circunstancias, el Partido Popular va a comenzar a desgastarse desde su mismo comienzo en el gobierno. Con estos elementos, puede que en el giro de menos de un año comience a rescatar las adhesiones perdidas.
Pero ello depende del diagnóstico que realicen de su derrota. El que, en connivencia con otros grupos derechistas y movido por intereses empresariales, comienza a difundir el grupo PRISA, esto es, que la culpa de la debacle recae por entero en la persona de Zapatero, es manifiestamente sesgado y erróneo. El candidato ha sido Rubalcaba y no él. Y a Rubalcaba, por más profesionalidad e inteligencia que infunda, y a muchos de sus líderes cercanos, de Blanco y Barreda a Pajín y Chaves, les han retirado masivamente la confianza sin necesidad de que concurriese Zapatero.
También constituye un error manifiesto, como sostiene hoy Hugo M. Abarca, achacárselo todo a la crisis económica, y no, en cambio, a la negación y gestión que de ella ha hecho el gobierno socialista, con su reparto inequitativo de las cargas y su sumisión lacaya a dictados mercantiles que se están demostrando contraproducentes desde un punto de vista económico.
La razón de este estrepitoso fracaso reside, a mi entender, en la desconexión casi absoluta entre la base social que apoya y puede apoyar al PSOE y su dirigencia. En realidad, dicha dirigencia, plenamente inserta en las tramas oligárquicas y con una visión netamente conservadora de la acción política, solo representa a una minoría ilustrada y acomodada, progresista de palabra, individualista y descomprometida en la acción y que suele hacerse una idea de la realidad a través del ventanuco limitativo y sesgado que ofrece la cadena Ser y el periódico El País, con sus opinantes centristas y adinerados.
Pero estos sujetos, que son fieles al PSOE más por su alergia a la ranciedad conservadora que por convicciones izquierdistas, apenas representan el 5-10% de la sociedad. Si, por el contrario, el PSOE aspira a recuperar el voto de capas populares, las verdaderamente castigadas por la crisis y por las medidas adoptadas por su gobierno recién fenecido, tiene que abrirse de par en par a las bases.
En estas todavía palpita un discurso claramente de izquierdas, orientado a la redistribución de la riqueza, a la persecución de la igualdad material y a la lucha contra los privilegios económicos infundados. Es este capítulo económico, de hecho, lo que distingue al socialismo democrático de un liberalismo progresista solo centrado en la ampliación indolora y gratuita de derechos civiles. Y es un capítulo, cuyas exigencias ha incumplido sistemáticamente este PSOE beneficiario de los defraudadores, de las rentas altas, de las SICAV y de los multimillonarios, hasta el punto de que tuvo que ser nada menos que Mariano Rajoy quien le recordase a Rubalcaba que con los siete años y pico de gobierno de su partido habían crecido considerablemente en España las desigualdades.
Ese es, pues, el reto que se abre ante el PSOE: acabar con la disociación esquizofrénica entre su retórica de izquierdas y sus prácticas económicas (que no morales) conservadoras. Para superarlo, como digo, tendrá que sufrir una catarsis que lamine a una dirigencia vendida al poder oligárquico. Pero vistas las primeras reacciones, donde se han evitado todo tipo de responsabilidades por el fracaso, dudo que sean capaces de lograrlo. De hecho, es posible que, tras hacer de tutor de Zapatero en los últimos meses de gobierno, Rubalcaba tenga como último servicio que cumplir evitar que se desmadre su partido con una revuelta de sus militantes y simpatizantes.
Concluirá