lunes, 20 de septiembre de 2010

Fiscalidad liberal

Hace ya meses, nuestro exquisito columnista quintaesenció en uno de sus artículos su doctrina tributaria, de la que había anticipado algunos elementos y a la que ha seguido refiriéndose con cierta frecuencia, con la frecuencia con la que este gobierno inverosímil amaga con imponer una tasa a las grandes rentas y fortunas. La ocasión, para un opinante distinguido desde hace ya décadas por su crítica a la hegemonía socialista andaluza, era inmejorable: el anuncio de una subida del IRPF para las rentas altas en Andalucía y Extremadura. Y el título ya era lo suficientemente esclarecedor: Impuesto sobre el éxito.

El carácter ideológico de sus postulados --es decir, la falsedad interesada de sus argumentos-- se torna perceptible en una clamorosa sucesión de ocultaciones. En resumen, Camacho interpretaba esta subida fiscal como una inmerecida carga impuesta a los ciudadanos excelentes para que paguen la factura del desbordado gasto público. Como origen de este derroche, señalaba, con gran parte de razón, la política del subsidio clientelar practicada por los socialistas en sus "virreinatos" autonómicos. De modo que este incremento tributario vendría a suponer una tasa a la riqueza basada en la formación, el esfuerzo y el sacrificio para que financie la bacanal derrochadora de los gobernantes andaluces y extremeños.

Convengamos en que el destino que se suele dar a los recursos del erario no es el más racional y eficiente y que, por consiguiente, las subidas impositivas que solo sirvan para alimentar esta mala práctica no harán sino profundizar en un grave problema estructural de la economía política española. Ahora bien, ¿se encuentra tan gravada la riqueza de autónomos y emprendedores como parece presumir el periodista?, ¿son sus recursos la fuente principal de financiación del gasto público o, por el contrario, terminan siendo de una manera o de otra perceptores netos de rentas públicas? Por preguntarlo de otro modo, ¿de dónde procede el "desahogo" económico de los "directivos de empresas, médicos, abogados, arquitectos, ingenieros, catedráticos universitarios" y demás profesionales excelentes sobre los que supuestamente recaerá el nuevo gravamen?

Y aquí entra en escena uno de los principales usos intelectuales del liberalismo: entender la sociedad como concurrencia de intereses individuales omitiendo toda referencia a las mediaciones sociales y políticas que construyen y posibilitan la satisfacción de tales intereses. Este uso tiene una concreta traducción al mundo de las categorías económicas y fiscales: para las convicciones liberales la riqueza producida pertenece directamente al individuo que con su esfuerzo, voluntad y mérito la obtiene efectivamente. Según esta premisa, los ingresos de un médico o un arquitecto son de su exclusiva propiedad, y los impuestos que lo cargan se asemejan a una suerte de apropiación indebida por parte del Estado y, por parte del sujeto, a una cesión forzosa realizada con el fin de sufragar los gastos comunes de la vida en sociedad, como también hay gastos comunes para quienes viven en un bloque de pisos.

¿Constituye este cuadro un retrato fiel del origen, circulación y distribución de la riqueza? A mi juicio, no. En primer lugar, es más que dudoso que la fuente principal de financiación proceda de quienes más ingresos tienen, habiendo tomado ya desde hace tiempo nuestro sistema fiscal este derrotero opuesto a la progresividad que hace recaer el mayor peso contributivo sobre los impuestos indirectos como el IVA o los especiales sobre alcoholes y combustibles. Si, en segundo lugar, nos ceñimos a la contribución por IRPF, es también más que dudoso que esa casta de profesionales excelentes que Camacho señala, y que en su mayoría alternan el sector público y el privado, aporte más que la masa de asalariados que tiene perfectamente controlado el importe exacto de sus ingresos. Y, en tercer y más importante lugar, dicho estamento burgués, que interesadamente Camacho adorna con las virtudes del esfuerzo y el mérito, aunque la realidad nos lo presente con frecuencia con los vicios de la corrupción y el egoísmo, no debe su alto nivel de rentas sino al esfuerzo que realiza la colectividad en su conjunto, que en un revelador acto de menosprecio Camacho califica de "mediocridad subsidiada".

En efecto, cualquier ejemplo concreto de médico, catedrático, ingeniero o empresario con un alto nivel de renta que nos figuremos obtiene buena parte de sus ingresos de los modestísimos salarios de la generalidad. De hecho, esa es la naturaleza última de los impuestos y de su necesario carácter progresivo: la reversión a la sociedad del esfuerzo que ésta ha realizado para lograr que algunos de sus miembros gocen de un estatuto económico superior. Para comprobarlo, pensemos, por ejemplo, en el médico que alterna la consulta pública con la privada, valiéndose de una perniciosa y corrupta organización de la sanidad, que consiente el trasvase de enfermos entre ambas consultas. Agobiado por las listas de espera interminables, ¿quién no ha vivido el caso de la visita a una consulta privada de un especialista en la que por cinco minutos y pruebas y diagnósticos sencillos ha debido pagar el 5% o el 10% de su sueldo? La alta renta de ese médico, buena parte de la cual pertenece a la economía sumergida, ¿de dónde procede?, ¿de su mérito y esfuerzo o de un defecto ostensible del sistema sanitario y, en última instancia, de la renta minúscula de quien además paga la Seguridad Social? Piensen en el empresario que introduce márgenes escandalosos de ganancia, retribuye precariamente a sus empleados, obtiene subvenciones, oculta ganancias, es perfectamente irresponsable por actuar mediante sociedades y controla sectores del mercado: ¿de dónde procede aquí su riqueza, del esfuerzo y del mérito, o del esfuerzo y el tesón de quienes trabajan para él y compran sus productos? Piensen en el catedrático que alterna sus clases con un despacho o con artículos y tertulias, recibiendo ingresos del Estado y del sector privado, o el de un arquitecto engordando sus cuentas con el boom inmobiliario que ahora pagan con sangre miles de hipotecados, ¿de dónde surgen sus altas percepciones, de su capacidad extraordinaria o de una organización que permite la corruptela para el enriquecimiento de unos pocos?

Esa y no otra es la casta excelente a la que se refiere el articulista, una casta no distinguida precisamente por su contribución neta a la colectividad cuyos miembros probablemente sean lectores de ABC, a quienes hay que dorar la píldora cantando sus presuntas virtudes y ocultando el hecho evidente de que la sociedad en su conjunto, cada vez más, está organizada en su beneficio e interés.

2 comentarios:

  1. Voy leyendo todas las entradas y hasta hoy no he tenido el impulso de comentar. Y compruebo, un poco anonadado por la responsabilidad del estreno, que será el primer comentario que se publique en este sitio. Muy pobre va a ser para ocupar esa posición privilegiada, porque lo único que pretendo es manifestar mi prescindible opinión sobre este blog: que está escrito en buena prosa, como merece la de aquel con quien se mide; que muestra conocimiento y desborda buen sentido, como merecen los asuntos que toca; que rezuma entusiasmo y bravura, como merecen las opiniones que defiende; que por el modo en que se ha concebido y se va realizando me parece no sólo necesario, sino imprescindible, como ha de ser si quiere merecerse a sus lectores. Para que no haya sobreentendidos, quede claro que me precio de la amistad de quien aquí desmenuza las líneas y entrelíneas de I.C. Es sólo una razón más para disfrutar de estas lecturas.

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  2. Y ha sido, querido Jott, un estreno que no hace sino comunicar estilo e inteligencia (que acaso no sobren) a este modesto portal. Aunque consciente de su esterilidad y quijotismo, el único móvil que suele alentar estas líneas, como en Meine Zeit, es la necesidad del desahogo y la escritura; y, en efecto, nada mejor para hacerlo que personificar los usos intelectuales de la derecha en un columnista que da gusto leer, y al que en todo momento se le reconoce una profesionalidad y soltura en la redacción a las que aquí no nos podemos siquiera aproximar.

    Un abrazo!

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