domingo, 28 de noviembre de 2010

¿Propaganda o torpeza?

Aunque sean unas pocas notas, no me resisto a dar la réplica al infumable artículo que hoy publica nuestro articulista. Si no se ha prodigado últimamente en este blog ha sido porque, a quien suscribe, casi todas sus opiniones, la mayoría críticas con el actual gobierno, le han parecido bien fundadas y cargadas de razón. La sintonía desaparece cuando el incauto Camacho se suma a las loas al mercado e incurre en el anacronismo de adornar al actual empresario con las mismas virtudes con que contaba el abnegado, previsor y responsable empresario weberiano.

Lo de menos es que en su artículo lata la tentación rebelde de la derecha española, sugiriendo retrospectiva y tácitamente que lo mejor habría sido que los "capitanes" del Ibex hubiesen plantado al presidente del gobierno. Lo peor, como digo, es la imagen falseada, ideológica, que traslada de la actividad empresarial. Ahí van algunas "perlas":

Según Camacho, muchos de los asistentes "han palmado millones en esta semana de turbulencias bursátiles". Como se comprenderá, esto es una ficción. Las acciones de cualquier empresa pueden bajar de precio por el efecto que produce, no ya un exceso, sino la simple acumulación de su venta. Quien efectivamente ha perdido dinero es aquel que ha vendido en dicha acumulación de oferta a un precio menor del que compró. Los que, sin embargo, mantienen sus inversiones no han perdido nada, por mucho que el valor bursátil de su parte del capital haya bajado de manera episódica. Y nadie, claro, puede creerse que una bajada coyuntural en el precio de las acciones, que puede compensarse con creces con una subida posterior, equivale a una pérdida de dinero a raudales, mucho menos en estos tiempos de "volatilidad financiera".

Para nuestro apreciado escritor, el empresario, además, "se juega su dinero" en una selva de competencia, y si España todavía tiene cierta credibilidad en el exterior, no es desde luego por su gobierno, ni por sus ciudadanos, sino por "el esfuerzo y la eficacia de unas empresas que, a diferencia de los políticos, trabajan poniendo en riesgo el dinero y las propiedades de sus accionistas". Uno comprende que haya de contentar al amo y a la parroquia para continuar viviendo, pero no por ello ha de tragarse tamaña falsedad.

Al menos desde el último tramo del siglo XIX comenzó a crearse por Europa un nuevo instituto jurídico llamado sociedad anónima. Los liberales clásicos se echaron las manos a la cabeza, pues ello suponía poner al frente de las empresas, hasta el momento familiares, a consejos de administradores en última instancia irresponsables, pues no eran propietarios ni de acciones ni de empresas. Como todo el mundo sabe, esa figura es la que hoy impera en el mundo de la gran empresa, que no está, por tanto, dirigida por sus abnegados propietarios, sino por gestores que cobran sueldos multimillonarios y bonus por las ganancias extra que consigan para su entidad.

Quedan entonces los accionistas. Responden, efectivamente, con la aportación que hayan realizado al capital de la empresa, pero ¿también con su patrimonio personal? En absoluto, a no ser que hayan incurrido en delito en la gestión de la empresa, si es que estaba en sus manos, que ya sabemos que no suele estar. Conviene así desterrar esa imagen de grandes empresarios que arriesgan sus propios fondos con sus actividades, cuando lo que existe en realidad es un régimen de responsabilidad limitada al capital de la sociedad. Pero es que ni siquiera cuando existen pérdidas efectivas terminan al final respondiendo con lo aportado. Ya está ahí el dinero público para rescatarlas. Basta, pues, con remitirse a la realidad de estos últimos años para comprobar lo desfasada que está esa imagen del empresario arriesgado y valiente que pone sobre la mesa su propio parné, pues lo que hemos y estamos presenciando no es sino la regla inquebrantable del capitalismo de socializar las pérdidas de ciertas corporaciones. No, claro, de pequeños empresarios, que aunque haya muchos, representan poco del PIB; pero sí de aquellas corporaciones como las que ayer estuvieron representadas en Moncloa.

Y para concluir, Camacho no se resiste a recurrir al mantra derechista de nuestros días, por simplista e inverosímil que resulte: "es por culpa del presidente y sus políticas por lo que se han desmoronado los valores financieros y se han desplomado los valores de sus compañías". Aparte de la inoportuna, y poco habitual, reiteración del término "valores", esta frase resulta a estas alturas un insulto intolerable, no ya a la inteligencia, sino al sentido común, a eso que a ellos tanto les gusta apelar. En España el empresariado debe el 142% del PIB, casi el triple de lo que deben Estado, comunidades, diputaciones y ayuntamientos juntos. En España, la deuda soportada en los balances de la banca ni siquiera está cifrada, así que vayan imaginando. Y en España existe una deuda pública notoriamente menor a la de Francia, Italia o Gran Bretaña, buena parte de la cual ha debido emitirse precisamente para afrontar la irresponsabilidad del sector privado, para evitar precisamente que esos señores a quienes Zapatero invitó arriesgasen efectivamente su dinero. ¿Quién es, por tanto, el culpable de ese descrédito --por exceso de crédito-- de la economía española?

Al opinar así, no sabemos si por torpeza o por malévola deliberación, Camacho no se suma sino a la estrategia programada de amedrentamiento generalizado y desmantelación de lo que existe de sector público y Estado del bienestar. Cuando periodistas como él apremian al gobierno para que no espere a marzo, para que no se atenga a deliberaciones ni diálogos, y privatice ya cajas de ahorros, reforme ya el sistema de pensiones y acabe de una vez con la negociación colectiva --protegida por la Constitución-- con el fin de dar "credibilidad a los mercados", contentarlos y poder salir así de la crisis, no muestran sino su apoyo a este inadmisible chantaje y su escasísima, por no decir nula, sensibilidad democrática, de la que en cambio blasonan en otros asuntos cuando les conviene. Apoyan, en definitiva, la dictadura de los mercados --es decir, de unos señores de carne y hueso-- sobre toda la ciudadanía, y lo hacen desde un desconocimiento culpable de la economía amparando medidas que conducen derechamente al empobrecimiento y la discordia social.

Si fueran sinceros, si contasen con un ápice de coherencia y rectitud ideológica, habrían de celebrar la reunión de ayer, pues el resultado, según leo en la prensa, es que el presidente se ha comprometido "a acelerar las reformas", doblegándose así ante sus admoniciones. En cambio, no localizo en ningún lado a qué se han comprometido a cambio tan dignos señores, beneficiarios, como el mismo Camacho reconoce, de muchísimo dinero público. Probablemente a nada, pues la irresponsabilidad es su divisa y su actitud ante los negocios y ante la cosa pública.

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